miércoles, 16 de mayo de 2018

Mentes tuorum visita - Veni Creator




Mentes tuorum visita
imple superna gratia
quae tu creasti pectora.

Visita las almas de tus fieles.
Llena de la divina gracia los corazones que Tú mismo has creado.



            ¡Ven!

Ven y visita las almas de los tuyos; tuyos son porque Tú los marcaste y sellaste con un sello indeleble en el Bautismo y la santa Crismación. Ven, visita las almas de los tuyos, renueva en los tuyos la gracia de Pentecostés. En sus corazones, que son templo tuyo, ven, Espíritu Santo, y cólmalos de tu gracia superior y celestial. ¡Tuyos son!, santifícalos, únelos a Cristo, con toda gracia espiritual.

Llenos de esta gracia, podremos discernir, reconocer, dejarnos seducir, por lo “verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable…” (Flp 4,8) y su gracia nos iluminará interiormente para reconocer la verdadera Belleza e inspirarnos a nosotros mismos:


“En toda inspiración auténtica hay una cierta vibración de aquel «soplo» con el que el Espíritu creador impregnaba desde el principio la obra de la creación. Presidiendo sobre las misteriosas leyes que gobiernan el universo, el soplo divino del Espíritu creador se encuentra con el genio del hombre, impulsando su capacidad creativa. Lo alcanza con una especie de iluminación interior, que une al mismo tiempo la tendencia al bien y a lo bello, despertando en él las energías de la mente y del corazón, y haciéndolo así apto para concebir la idea y darle forma en la obra de arte. Se habla justamente entonces, si bien de manera análoga, de «momentos de gracia», porque el ser humano es capaz de tener una cierta experiencia del Absoluto que le transciende” (Juan Pablo II, Carta a los artistas, n. 15).

Espirado por el Padre, el Espíritu mismo es nuestra “inspiración” interior para el bien, la verdad y la belleza, en obras y palabras.

“Envíanos tu Espíritu, luz esplendorosa, y haz que penetre hasta lo más íntimo de nuestro ser” (Preces Laudes Viern. VII Pasc.).

            ¡Inspíranos siempre, Señor Espíritu Santo!


3. Qui diceris Paraclitus

Tú eres nuestro consuelo


Cristo llamó repetidas veces al Espíritu Santo “Paráclito”, palabra griega que posee una doble valencia: es “Abogado” y es “Consolador”.

Desde el Padre, Cristo envía al Paráclito: “Yo pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad” (Jn 14,16-17), “el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho” (Jn 14,26).

Viene el Espíritu Santo como nuestro intercesor y abogado ante el tribunal de Dios… frente a la acción insidiosa, repugnante, de Satanás, que lleno de odio, es “el acusador” (Ap 12,10), el que acusa ante Dios día y noche, omitiendo lo bueno y santo, señalando con el dedo, buscando la condenación. El Espíritu es por el contrario nuestro abogado y nos defiende y nos preserva, “intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rm 8,26).

Así, pues, hemos de comprender al Espíritu como “nuestro abogado”: 


“El abogado (defensor) es aquel que, poniéndose de parte de los que son culpables debido a los pecados cometidos, los defiende del castigo merecido por sus pecados, los salva del peligro de perder la vida y la salvación eterna. Esto es precisamente lo que ha realizado Cristo. Y el Espíritu Santo es llamado “el Paráclito”, porque continúa haciendo operante la redención con la que Cristo nos ha librado del pecado y de la muerte eterna. El Paráclito será “otro abogado-defensor” también por una segunda razón. Permaneciendo con los discípulos de Cristo, Él los envolverá con su vigilante cuidado con virtud omnipotente” (Juan Pablo II, Audiencia general, 24-mayo-1989).


El Espíritu, Paráclito, es nuestro Consuelo; Él nos da la consolación de Dios, bálsamo suave y penetrante en el alma. Nos rehace por dentro, con dulzura, sean cuales sean nuestras fracturas, grietas, dolores. Por muchas que sean las aflicciones (físicas, psicológicas o espirituales), Él todo lo suaviza internamente. 

Las desolaciones interiores no llegarán a quebrantarnos: Él consuela, Él nos une a Dios, haciendo sentir su Presencia, su Cercanía, su Compañía, con la que todo se puede vivir, sufrir, afrontar. “Envía tu Espíritu, luz de los corazones, para que confirme en la fe a los que viven en medio de incertidumbres y dudas” (Preces Laudes Sáb. VII Pasc.).

¡Consuelo de Dios es el Espíritu Santo! Él viene a confortarnos en nuestra debilidad. Él es la verdadera consolación. “Envía tu Espíritu consolador a los que viven desconsolados, para que enjugue las lágrimas de los que lloran” (Preces Visp. Lunes VII Pasc.).


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