viernes, 25 de agosto de 2017

El disenso en la Iglesia

Mucho ha sufrido la Iglesia cuando en una época agitada culturalmente, los años sesenta y setenta, todo fue puesto en crisis con movimientos de repulsa a todo lo anterior, ruptura con el orden existente, creación de una cultura nihilista, con sus matices de relativismo. 

Esa ruptura cultural, con el gran símbolo de "mayo del 68", se vivió en la Iglesia y aún hoy se prolonga, con el fenómeno del disenso y la contestación, de quienes dentro de la Iglesia se vuelven contra la Iglesia, calificándola de anticuada y retrógrada y con gran simplismo protestaban y discutían todo cuanto viniese de los legítimos pastores, del Magisterio y del Santo Padre.

Tales voces fueron muy numerosas en ciertos ámbitos teológicos, que asumieron un papel incompatible con el oficio auténtico de "teólogo" y se llegaron a creer que eran "nuevos profetas" del Señor ante el Magisterio y frente a los pastores de la Iglesia. Ellos se autoproclamaban "profetas" y alcanzaban eco sus voces en los medios de comunicación afines. Ellos se creían en "la base" ante la "jerarquía opresora". Sus palabras no eran más que imágenes del protestantismo liberal de principios de siglo, una secularización galopante del dogma, de la liturgia, de la moral y de la vida entera de la Iglesia. Querían confundir a la Iglesia con el mundo llegando, sin más, a la mundanización de la Iglesia y a una reducción ética (o moralista) de todo el Evangelio y de la doctrina.

Ese disenso tan virulento se mantiene hoy, con nuevas características, en la vida de la Iglesia. Han perdido mucho crédito y ya pocos se dejan engañar para seguir sus cantos de sirenas, pero en algunos ámbitos trasnochados, anclados aún en los años 60, les sirven de altavoces para seguir viviendo el disenso y seguir viviendo a costa del disenso.

Vale la pena que adquiramos ideas claras sobre qué significa el disenso y lo que supone para la vida de la Iglesia para situarnos con claridad ante tanto falso profeta, ante tantas voces directamente discordantes con el depósito de la fe y su custodio, el Magisterio.


"En diversas ocasiones, el Magisterio ha llamado la atención sobre los graves inconvenientes que acarrean a la comunión de la Iglesia las actitudes de oposición sistemática, que llegan incluso a constituirse en grupos organizados. En la Exhortación Apostólica Paterna cum benevolentia, Pablo VI presentó un diagnóstico que conserva toda su actualidad. Ahora se quiere hablar en particular de aquella actitud pública de oposición al Magisterio de la Iglesia, llamada también "disenso", que es necesario distinguir de la situación de dificultad personal... El fenómeno del disenso puede tener diversas formas y sus causas remotas o próximas son múltiples.

Entre los factores que directa o indirectamente pueden ejercer su influjo, hay que tener en cuenta la ideología del liberalismo filosófico que impregna la mentalidad de nuestra época. De allí proviene la tendencia a considerar que un juicio es mucho más auténtico si procede del individuo que se apoya en sus propias fuerzas. De esta manera se opone la libertad de pensamiento a la autoridad de la tradición, considerada fuente de esclavitud. Una doctrina transmitida y generalmente acogida viene desde el primer momento marcada por la sospecha, y su valor de verdad puesto en discusión. En definitiva, la libertad de juicio así entendida importa más que la verdad misma. Se trata entonces de algo muy diferente a la exigencia legítima de libertad, en el sentido de ausencia de coacción, como condición requerida para la búsqueda leal de la verdad. En virtud de esta exigencia, la Iglesia ha sostenido siempre que "nadie puede ser forzado a abrazar la fe en contra de su voluntad" (Dignitatis humanae, 10).

También ejerce su influjo el peso de una opinión pública artificialmente orientada y sus conformismos. A menudo, los modelos sociales difundidos por los medios de comunicación tienden a asumir un valor normativo; se difunde en particular la convicción de que la Iglesia no debería pronunciarse sino sobre los problemas que la opinión pública considera importantes y en el sentido que conviene a ésta. El Magisterio, por ejemplo, podría intervenir en los asuntos económicos y sociales, pero debería dejar al juicio individual los que se refieren a la moral conyugal y familiar.

En fin, también la pluralidad de las culturas y de las lenguas, que en sí misma constituye una riqueza, puede llevar indirectamente a malentendidos, motivo de sucesivos desacuerdos.

En este contexto se requiere un discernimiento crítico bien ponderado y un verdadero dominio de los problemas por parte del teólogo, si quiere cumplir su misión eclesial y no perder, al conformarse con el mundo presente (cf. Rm 12,2; Ef 4,23), la independencia de juicio propia de los discípulos de Cristo.

El disenso puede tener diversos aspectos. En su forma más radical pretende el cambio de la Iglesia según modelo de protesta inspirado en lo que se hace en la sociedad política. Cada vez con más frecuencia se cree que el teólogo solo estaría obligado a adherirse a la enseñanza infalible del Magisterio, mientras que, en cambio, las doctrinas propuestas sin la intervención del carisma de la infabilidad no tendrían carácter obligatorio alguno, dejando al individuo en plena libertad de adherirse o no, adoptando así la perspectiva de una especie de positivismo teológico. El teólogo, por lo tanto, tendría libertad para poner en duda o para rechazar la enseñanza no infalible del Magisterio, especialmente en lo que se refiere a las normas particulares. Más aún, con esta oposición crítica contribuiría al progreso de la doctrina.

La justificación del disenso se apoya generalmente en diversos argumentos, dos de los cuales tienen un carácter más fundamental. El primero es de orden hermenéutico: los documentos del Magisterio no serían sino el reflejo de una teología opinable. El segundo recurre al pluralismo teológico, llevado a veces hasta un relativismo que pone en peligro la integridad de la fe: las intervenciones magisteriales tendrían su origen en una teología entre muchas otras, mientras que ninguna teología particular puede pretender imponerse universalmente. Surge así una especie de "magisterio paralelo" de los teólogos, en oposición y rivalidad con el magisterio auténtico.


Una de las tareas del teólogo es, ciertamente, la de interpretar correctamente los textos del Magisterio, y para ello dispone de reglas hermenéuticas, entre las que figura el principio según el cual la enseñanza del Magisterio -gracias a la asistencia divina- vale más que la argumentación de la que se sirve, en ocasiones deducida de una teología particular.

En cuanto al pluralismo teológico, éste es legítimo únicamente en la medida en que se salvaguarde la unidad de la fe en su significado objetivo. Los diversos niveles constituidos por la unidad de la fe, la unidad-pluralidad de las expresiones de fe y la pluralidad de las teologías están, en realidad, esencialmente ligados entre sí. La razón última de la pluralidad radica en el insondable misterio de Cristo, que trasciende toda sistematización objetiva. Esto no quiere decir que se puedan aceptar conclusiones que le sean contrarias ni tampoco que se pueda poner en tela de juicio la verdad de las afirmaciones por medio de las cuales el Magisterio se ha pronunciado. En cuanto al "magisterio paralelo", al oponerse al de los pastores, puede causar grandes males espirituales. En efecto, cuando el disenso logra extender su influjo hasta inspirar una opinión común, tiende a constituirse en regla de acción, lo cual no deja de perturbar gravemente al Pueblo de Dios y conducir a un menosprecio de la verdadera autoridad.

El disenso apela a veces a una argumentación sociológica, según la cual, la opinión de un gran número de cristianos constituiría una expresión directa y adecuada del "sentido sobrenatural de la fe".

En realidad, las opiniones de los fieles no pueden pura y simplemente identificarse con el "sensus fidei". Este último es una propiedad de la fe teologal que, consistiendo en un don de Dios que hace adherirse personalmente a la Verdad, no puede engañarse. Esta fe personal es también fe de la Iglesia, puesto que Dios ha confiado a la Iglesia la vigilancia de la Palabra y, por consiguiente, lo que el fiel cree es lo que cree la Iglesia. Por su misma naturaleza, el sensus fidei implica, por lo tanto, el acuerdo profundo del espíritu y del corazón con la Iglesia, el "sentire cum Ecclesia"...

La libertad del acto de fe no justifica el derecho al disenso. Ella, en realidad,  de ningún modo significa libertad en relación con la verdad, sino la libre autodeterminación de la persona en conformidad con su obligación moral de acoger la verdad. El acto de fe es un acto voluntario, ya que el hombre, redimido por Cristo salvador y llamado por Él mismo a la adopción filial (cf. Rm 8,15; Gal 4,5; Ef 1,5; Jn 1,12), no puede adherirse a Dios a menos que, "atraído por el Padre" (Jn 6,44), rinda a Dios el homenaje racional de su fe (Rm 12,1). Como ha recordado la Declaración Dignitatis humanae, ninguna autoridad humana tiene el derecho de intervenir, por coacción o por presiones, en esta opción que sobrepasa los límites de su competencia. El respeto al derecho de libertad religiosa constituye el fundamento del respeto al conjunto de los derechos humanos.

Por consiguiente, no se puede apelar a los derechos humanos para oponerse a las intervenciones del Magisterio. Un comportamiento semejante desconoce la naturaleza y la misión de la Iglesia, que ha recibido de su Señor la tarea de anunciar a todos los hombres la verdad de la salvación y la realiza caminando sobre las huellas de Cristo, consciente de que "la verdad no se impone de otra manera, sino por la fuerza de la verdad misma, que penetra suave y fuertemente en las almas" (Dignitatis humanae, 1).

En virtud del mandato divino que se le hadado en la Iglesia, el Magisterio tiene como misión proponer la enseñanza del Evangelio, vigilar su integridad y proteger así la fe del Pueblo de Dios...

La Iglesia, que tiene su origen en la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, es un misterio de comunión, organizada de acuerdo con la voluntad de su Fundador en torno a una jerarquía que ha sido establecida para el servicio del Evangelio y del Pueblo de Dios que lo vive. A imagen de los miembros de la primera comunidad, todos los bautizados, con los carismas que les son propios, deben tender con sincero corazón hacia una armoniosa unidad de doctrina, de vida y de culto (cf. Hch 2,42). Esta es una regla que procede del ser mismo de la Iglesia. Por tanto, no se pueden aplicar pura y simplemente a esta última los criterios de conducta que tienen su razón de ser en la sociedad civil o en las reglas de funcionamiento de una democracia. Menos aún, tratándose de las relaciones dentro de la Iglesia, se puede inspirar en la mentalidad del medio ambiente (cf. Rm 12,2). Preguntar a la opinión pública mayoritaria lo que conviene pensar o hacer, recurrir a ejercer presiones de la opinión pública contra el Magisterio, aducir como pretexto un "consenso" de los teólogos, sostener que el teólogo es el portavoz profético de una "base" o comunidad autónoma que sería, por lo tanto, la única fuente de la verdad, todo ello denota una grave pérdida del sentido de la verdad y del sentido de Iglesia".

(Ratzinger, El elogio de la conciencia, Madrid, Palabra, 2010, pp. 108-115).

1 comentario:

  1. Cuando el actual magisterio contradice claramente el Magisterio bimilenario de la iglesia, el contenido de los Santos Evangelios, el sensus fidei, el testimonio de los santos y mártires habidos,en definitiva, a Jesucristo mismo, siento que puedo pacíficamente disentir.
    Gracias por este artículo magnífico, de verdad.
    Estamos en un aciago momento, más Cristo ya ha vencido, una vez para siempre.
    Confiemos y oremos.
    Dios le bendiga.

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