domingo, 2 de julio de 2017

La unión más profunda con Dios (teología de la oración)

Ya sabemos que la vida mística es para todos, porque es la unión con Dios y el desarrollo pleno de la gracia en nuestros corazones, en fe, esperanza y caridad. Esta vida mística, los Padres de la Iglesia en Oriente llamarían "divinización" es la consecuencia de la oración y de la disponibilidad mariana a la acción de Dios.

No confundamos la vida mística, descrita así, con los 'fenómenos místicos' que son gracias extraordinarias que Dios concede a algunas almas.

Será bueno entender la oración como una vida mística hasta alcanzar la mayor unión posible con Dios: se iluminará nuestro camino y se encenderá nuestro deseo. Siempre una correcta teología de la oración es una ayuda para la vida cristiana y espiritual de todos.

"Se trata en efecto de una experiencia inmediata de Dios. Aunque sea el alma creada la que es el sujeto de esta experiencia, lo experimenta como haciéndose en Dios. Pertenece a Dios y a nosotros. Lo que es de Dios y lo que es del alma permanece en el vacío. Porque el alma está tan absorta en Dios que ya no está reflexivamente cerca de sí... Escribe Juliana de Norwich: "No podía ver ninguna diferencia entre Dios y nuestra sustancia: todo era, por así decir, Dios. Pero mi espíritu comprendía sin embargo que era nuestra sustancia la que estaba en Dios. En otras palabras, Dios es Dios y nuestra sustancia es su creación".

Santa Catalina de Génova se expresaba aún con más fuerza: "El verdadero centro de cada hombre es Dios mismo... Mi "yo" es Dios y yo no reconozco otro "yo" fuera de Dios... mi ser es Dios, no por simple participación sino por una verdadera transformación de mi ser... Dios es mi ser, mi "yo", mi fuerza, mi felicidad, mi bien, mi alegría". Dios, o el Amor, le dice: "Quiero transformaros en mí y deshaceros de todo hasta hasta punto que no podréis ya ver o sentir en vos otra cosa más que el amor puro. En una palabra, quiero ser el único". Porque, como lo dice santa Catalina de Siena: "Yo soy el que es, tú eres la que no eres".



La plenitud de Aquel que es quiere llenar la nada de aquel o de aquella que no es, el hombre siendo, según la famosa fómrula de Bérulle, "una nada capaz de Dios". Se comprende que los místicos nos adviertan que sus balbuceos no expresan de verdad la realidad en la que viven y que sus palabras no pueden ser comprendidas por quienes no han vivido su experiencia.

Vaciarse de sí mismo

Para ser llenado de Dios hay que vaciarse de sí y de todo aquello que le ate. ¡Es esencial! El hombre, la nada, debe corresponder a Dios, que todo tiene el ser en Él, como teniéndolo todo que recibir de Él, y debe entonces dejar de querer contribuir o reservarse para sí algo que viniese de sí mismo o le perteneciese en propiedad.

Entonces, vacío completamente de sí, se llena de Dios. Esta acción de hacer vacío no es una acción que el hombre debe realizar por sus propias fuerzas para que Dios pueda a continuación llenarlo por su gracia. En el lenguaje místico paradójico habría que decir más bien que es Dios quien nos libra de nosotros mismos y nos posee sin medida. La tarea de nuestra libertad no es sino un fiat mariano.
Esta doctrina es tan universal en todos los místicos, que si se quisiera documentar de la manera más completa, llegaría hasta el infinito. Algunos ejemplos bastarán. Entre los autores eclesiásticos antiguos, escogería a Dionisio el Areopagita: "Alejando de vosotros todo y de vosotros mismos, de una manera radical y completa, os elevaréis en un puro éxtasis para entrar en el rayo oscuro de la sobre-esencia divina, habiendo dejado todo y habiendo sido despojados de todo". Entonces, "somos ignorantes por exceso de conocimiento".

El autor de la Nube aconseja a sus lectores abandonar todo lo que conocen bajo "la nube del olvido", a fin de golpear con un puro amor a "la nube del no-saber" donde Dios está presente con una claridad oculta. Por estos golpes ciegos del deseo amoroso, tocamos a Dios sin aprehenderlo en sí por el conocimiento. Ruusbroec que en sus análisis detallados de los estados místicos le gusta comparar los grados con ciertos aspectos inseparables pero más o menos elevados, describe los tres grados más altos del estado místico perfecto como sigue: "Descansar en él... abismado por amor en el Bienamado", luego "dormirse en Dios en quien el espíritu se escapa de sí mismo"; por último: "... que el espíritu contempla una oscuridad en la que le es imposible entrar por la razón. Allí se siente muerto y perdido y uno con Dios sin distinción". Pero para descender estos grados que conducen hacia las profundidades de Dios, "debe estar vacío y despojado de imágenes, desligado de todo lo que nunca vio o escuchó".

No podemos omitir a la escuela renana cuya cabeza es el maestro Eckhart, que une felizmente el dominio del ars dicendi propio del teólogo consumado, con cierta audacia de lenguaje que ofrece la profundidad de la experiencia vivida superando todo concepto. Es él quien subraya de la manera más radical esta separación (abgeschiedenheit) o resignación pasiva (Gelassenheit) o "pobreza de espíritu" que es un aspecto de la experiencia mística. Ve incluso un cierto vínculo necesario entre "vaciarse" y "ser llenado de Dios". Es como un cubo que se llena de aire en la medida en que se le vacía del agua que contiene. En el sermón 83 se pregunta lo que debemos hacer para conocer a Dios mientras que un Dios que fuera conceptualmente conocido no sería Dios. Su respuesta es: "Vuestro ser-vosotros mismos debe desaparecer completamente y transferirse a su "ser Él-mismo". Vuestro "tú" y su "Él" deben convertirse tan completamente en un solo "mío" que lleguéis eternamente a conocer su "ser Él-mismo" y su innombrable "no ser" (nitheid)". Por esta última palabra entiende que el Ser de Dios es tan elevado por todo de todo ser que se le puede denegar el ser común tal como lo conocemos: "Ueber wesende Nitheid". En este estado el hombre es vaciado de sí y incluso vaciado de Dios "en tanto que no tiene ni conciencia ni conocimiento de lo que Dios hace en él; de esta manera el hombre puede poseer la pobreza".

Sus discípulos, Tauler y Suso, dicen lo mismo pero con más prudencia. Incluso en su libro más moderado, El libro de la Sabiduría eterna, Suso escribe que "en la unión, por la contemplación, del alma con la desnuda divinidad... cuanto más se desliga, libera, es libre, más se eleva libremente, y cuanto más se eleva libremente, más penetra lejos en el desierto salvaje, en el abismo profundo de la divinidad sin modos en la que está metido, sumergido, consumado en la unión, de forma que no puede querer más que lo que Dios quiere, y se convierte en la misma esencia de Dios, es decir, goza por gracia de la felicidad de la que él goza por naturaleza".

Concluyamos con un texto de María de la Encarnación (Guyart) que, instruida sólo por Dios, hace su experiencia de la manera más simple y más sublime: "percibo entonces esta grandeza infinita, sumergida en él, toda en él, conociéndome tan nada que ni lo puedo expresar. Es allí donde el alma se ve aniquilada en el perfecto aniquilamiento, que es un conocimiento que le es infundido, sin que haga nada de su parte, lo que es uno de los más grandes favores que puede experimentar en esta vida y que humilla más de lo que se puede decir. Y, cosa admirable, en este aniquilamiento, se ve limpio para el Amor, el Todo grande y el alma nada, limpio para él que acepta esta nada y la ha creado para esta obra, algo incomprehensible, excepto para quien lo ha experimentado".

(WALGRAVE, J-H., L'expérience des mystiques, en: Communio, ed. francesa, X,4, juillet-août 1985, pp. 85-88).


El lenguaje de los místicos nos puede, tal vez, ser poco usual y desconcertante. Incluso en general el análisis de la teología mística podría parecernos alejado o extraño.

Pero la catequesis, la formación, debe incluir también este registro y enriquecernos. Una segunda lectura pausada nos permitirá asimilar algo más y mejor.

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