sábado, 10 de junio de 2017

La vocación del teólogo

Valoremos qué hace un teólogo verdadero en el seno de la Iglesia, cuál es su misión, de qué modo realizarla y valoremos igualmente la importancia de una teología sana, honda, razonable, fruto del estudio, de la oración y de la vivencia del seguimiento de Cristo. 

Y es que la teología es necesaria en la Iglesia y ser teólogo es una vocación y misión pastoral que nadie se puede atribuir (y menos identificando teología con 'la frontera', la 'disidencia' o el falso profetismo que ataca a la Iglesia y al Magisterio).




"Entre las vocaciones suscitadas de ese modo por el Espíritu en la Iglesia se distingue la del teólogo, que tiene la función especial de lograr, en comunión con el Magisterio, una comprensión cada vez más profunda de la Palabra de Dios contenida en la Escritura, inspirada y transmitida por la Tradición viva de la Iglesia.

Por su propia naturaleza, la fe interpela a la inteligencia, porque descubre al hombre la verdad sobre su destino y el camino para alcanzarlo. Aunque la verdad revelada supere nuestro modo de hablar y nuestros conceptos sean imperfectos frente a su insondable grandeza (cf. Ef 3,19), sin embargo invita a nuestra razón -don de Dios otorgado para captar la verdad- a entrar en su luz, capacitándola así para comprender en cierta medida lo que ha creído. La ciencia teológica, que busca la inteligencia de la fe respondiendo a la invitación de la voz de la verdad, ayuda al Pueblo de Dios, según el mandamiento del Apóstol (cf. 1P 3, 15), a dar cuenta de su esperanza a quienes se lo piden.

El trabajo del teólogo responde así al dinamismo presente en la fe misma: por su propia naturaleza, la Verdad quiere comunicarse, porque el hombre ha sido creado para percibir la verdad y desea en lo más profundo de sí mismo conocerla para encontrarse en ella y descubrir allí su salvación (cf. 1Tm 2,4). Por esta razón, el Señor envió a sus Apóstoles, para convertir en "discípulos" a todos los pueblos y les prediquen (cf. Mt 28,19s). La teología que indaga la 'razón de la fe' y la ofrece como respuesta a quienes la buscan, constituye parte integral de la obediencia a este mandato, porque los hombres no pueden llegar a ser discípulos, si no se les presenta la verdad contenida en la palabra de la fe (cf. Rm 10,14s).

La teología contribuye, pues, a que la fe sea comunicable y a que la inteligencia de los que todavía no conocen a Cristo la pueda buscar y encontrar. La teología, que obedece así al impulso de la verdad que tiende a comunicarse, nace también del amor y de su dinamismo: en el acto de fe, el hombre conoce la bondad de Dios y comienza a amarlo, y el amor desea conocer siempre mejor a aquel que ama. De este doble origen de la teología, enraizado en la vida interna del Pueblo de Dios y en su vocación misionera, deriva el modo según el cual ha de ser elaborada para satisfacer las exigencias de su misma naturaleza.

Puesto que el objeto de la teología es la Verdad, el Dios vivo y su designio de salvación revelado en Jesucristo, el teólogo está llamado a intensificar su vida de fe y a unir siempre la investigación científica y la oración. Así estará más abierto al 'sentido sobrenatural de la fe' del cual depende, y que se le manifestará como regla segura para guiar su reflexión y medir la seriedad de sus conclusiones.

A lo largo de los siglos, la teología se ha constituido progresivamente en un verdadero y propio saber científico. Por consiguiente, es necesario que el teólogo esté atento a las exigencias epistemológicas de su disciplina, a los requisitos de rigor crítico y, por lo tanto, al control racional de cada una de las etapas de su investigación. Pero la exigencia crítica no puede identificarse con el espíritu crítico, que nace, más bien, de motivaciones de carácter afectivo o de prejuicios. El teólogo debe discernir en sí mismo el origen y las motivaciones de su actitud crítica y dejar que su mirada se purifique por la fe. El quehacer teológico exige un esfuerzo espiritual de rectitud y de santificación.

La verdad revelada, aunque trascienda la razón humana, está en profunda armonía con ella. Esto supone que la razón está, por su misma naturaleza, ordenada a la verdad, de modo que, iluminada por la fe, pueda penetrar el significado de la Revelación. En contra de las afirmaciones de muchas corrientes filosóficas, pero en conformidad con el recto modo de pensar que encuentra confirmación en la Escritura, se debe reconocer la capacidad que posee la razón humana para alcanzar la verdad, como también su capacidad metafísica de conocer a Dios a partir de lo creado.


La tarea, propia de la teología, de comprender el sentido de la Revelación exige, por consiguiente, la utilización de conocimientos filosóficos que proporcionen 'un sólido y armónico conocimiento del hombre, del mundo y de Dios' (OT 15), y puedan ser asumidos en la reflexión sobre la doctrina revelada. Las ciencias históricas son igualmente necesarias para los estudios del teólogo, debido, sobre todo, al carácter histórico de la Revelación, que se nos ha comunicado en una 'historia de salvación'. Finalmente, se debe recurrir también a las 'ciencias humanas', para comprender mejor la verdad revelada sobre el hombre y sobre las normas morales de su obrar, poniendo en relación con ella los resultados válidos de estas ciencias.

En esta perspectiva, corresponde a la tarea del teólogo asumir elementos de la cultura de su ambiente que le permitan evidenciar uno u otro aspecto de los misterios de la fe. Dicha tarea es, ciertamente, ardua y comporta riesgos, pero es legítima en sí misma y debe ser impulsada.

Al respecto, es importante subrayar que la utilización por parte de la teología de elementos e instrumentos conceptuales provenientes de la filosofía o de otras disciplinas exige un discernimiento que tiene su principio normativo último en la doctrina revelada. Es esta la que debe suministrar los criterios para el discernimiento de esos elementos e instrumentos conceptuales, y no al contrario.

El teólogo, sin olvidar jamás que también es un miembro del Pueblo de Dios, debe respetarlo y comprometerse a darle una enseñanza que no lesione en lo más mínimo la doctrina de la fe.

La libertad propia de la investigación teológica se ejerce dentro de la fe de la Iglesia. Por tanto, la audacia puede dar frutos y "edificar" si no está acompañada por la paciencia de la maduración. Las nuevas propuestas presentadas por la inteligencia de la fe no son más que una oferta a toda la Iglesia...


La libertad de investigación, que la comunidad de los hombres de ciencia aprecia justamente como uno de sus bienes más valiosos, significa disponibilidad a acoger la verdad tal como se presenta al final de la investigación, en la que no debe intervenir ningún elemento extraño a las exigencias de un método que corresponda al objeto estudiado.

En teología, esta libertad de investigación se inscribe dentro de un saber racional cuyo objeto ha sido dado por la revelación, transmitida e interpretada en la Iglesia bajo la autoridad del Magisterio y acogida por la fe. Desatender estos datos, que tienen valor de principio, equivaldría a dejar de hacer teología" 

(Ratzinger, El elogio de la conciencia, Madrid, Palabra, 2010, pp. 94-98).

1 comentario:

  1. Claro como el agua: "El teólogo, sin olvidar jamás que también es un miembro del Pueblo de Dios, debe respetarlo y comprometerse a darle una enseñanza que no lesione en lo más mínimo la doctrina de la fe."

    ¡Qué gran teólogo! ¡Qué gran cardenal! ¡Qué gran Papa!

    Tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón (de la Lectura Breve de Laudes).

    ResponderEliminar