martes, 25 de abril de 2017

Espiritualidad de la adoración (XIX)

De unos años para acá se ha recuperado ampliamente el culto a la Eucaristía fuera de la misa, que durante un tiempo estuvo muy apagado por una falsa teología y una mala pastoral: sólo se veía lo comunitario y festivo, las iglesias sólo se abrían para el culto litúrgico-comunitario y se veía como algo pasado de moda e intimista la adoración eucarística.


Sin embargo, es un signo del Espíritu Santo el reflorecimiento de esta piedad eucarística que responde a la verdad del Sacramento y a la búsqueda espiritual del alma. 

Allí donde se ha ido cuidando la adoración eucarística y se ha propiciado que existan tiempos amplios de silencio y adoración de Cristo, allí la vida cristiana ha florecido, la vida interior se ha consolidado. Para recorrer el camino de la santidad, y suscitar este anhelo de santidad, nada más dulce, nada más eficaz, que la adoración eucarística en las parroquias, comunidades, asociaciones cristianas, movimientos, etc.

La adoración es el punto culminante de una búsqueda: se busca al Señor que ha puesto sus signos en nuestra vida para conducirnos a su Presencia, y al llegar a Él, es el corazón el que reconoce a su Señor y Dios con una certeza interna única. Entonces se postra, se pone de rodillas, y le entrega la vida entera con un amor que no se puede medir.

"El hombre en adoración:  "Hemos venido a adorarlo". Antes que cualquier actividad y que cualquier cambio del mundo, debe estar la adoración. Sólo ella nos hace verdaderamente libres, sólo ella nos da los criterios para nuestra acción. Precisamente en un mundo en el que progresivamente se van perdiendo los criterios de orientación y existe el peligro de que cada uno se convierta en su propio criterio, es fundamental subrayar la adoración..." (Benedicto XVI, Disc. a la curia romana, 22-diciembre-2005).

Estar ante Cristo en la adoración eucarística corrige la tendencia malsana del activismo. Pensamos a veces que lo importante es lo que hagamos nosotros, y multiplicamos acciones, reuniones, programaciones, como si la Iglesia fuera solamente institución humana. La propia vida personal se contagia del activismo y creemos hacer mucho por la multiplicidad desordenada. En realidad, a poco que lo valoremos, todo activismo es estéril y paraliza el alma. La adoración eucarística serena y aporta una visión sobrenatural de todo, que nos libera incluso de nosotros mismos.

La adoración eucarística, integrada en la vida personal y comunitaria, es un signo y un avance en la madurez eclesial: la primacía la tiene el Señor y el primado de todo es la santidad.

Aunque la Eucaristía la instituye el Señor para ser comida -pan de vida eterna-, ha de ser adorada antes de ser comida, porque es el mismo Dios presente. Es un principio de san Agustín repetido muchas veces en el Magisterio de la Iglesia. La Presencia de Cristo en el Sacramento, como es lógico, no se limita o circunscribe a la celebración de la misa, sino que al ser una Presencia real permanece entre nosotros y merece nuestra adoración, llena de amor, reverencia, pasión por Él.

"Para mí es conmovedor ver cómo por doquier en la Iglesia se está despertando la alegría de la adoración eucarística y se manifiestan sus frutos. En el período de la reforma litúrgica, a menudo la misa y la adoración fuera de ella se vieron como opuestas entre sí; según una objeción entonces difundida, el Pan eucarístico no nos lo habrían dado para ser contemplado, sino para ser comido. En la experiencia de oración de la Iglesia ya se ha manifestado la falta de sentido de esa contraposición. Ya san Agustín había dicho:  "...nemo autem illam carnem manducat, nisi prius adoraverit; ... peccemus non adorando", "Nadie come esta carne sin antes adorarla; ... pecaríamos si no la adoráramos" (cf. Enarr. In Ps. 98, 9. CCL XXXIX 1385)" (ibíd.).
La Eucaristía no es un algo, sino un Alguien, el mismo Señor. Estar ante Él es revivir en el hoy de nuestra vida los encuentros personales de Cristo en el Evangelio, ser mirados por Él con amor, como miró al joven rico, ser acogidos como Andrés y Juan y descubrir en Él la respuesta a lo que nuestro corazón buscaba, porque para eso y con esa estructura estaba hecho el corazón. Nuestro deseo se colma en el encuentro con Cristo.

"De hecho, no es que en la Eucaristía simplemente recibamos algo. Es un encuentro y una unificación de personas, pero la persona que viene a nuestro encuentro y desea unirse a nosotros es el Hijo de Dios. Esa unificación sólo puede realizarse según la modalidad de la adoración. Recibir la Eucaristía significa adorar a Aquel a quien recibimos. Precisamente así, y sólo así, nos hacemos uno con él. Por eso, el desarrollo de la adoración eucarística, como tomó forma a lo largo de la Edad Media, era la consecuencia más coherente del mismo misterio eucarístico:  sólo en la adoración puede madurar una acogida profunda y verdadera. Y precisamente en este acto personal de encuentro con el Señor madura luego también la misión social contenida en la Eucaristía y que quiere romper las barreras no sólo entre el Señor y nosotros, sino también y sobre todo las barreras que nos separan a los unos de los otros" (ibíd.)

La espiritualidad de la adoración es encuentro personal con Cristo y acogida de su Presencia en nuestra vida. Por eso es tan interesante que se promueva en las parroquias y comunidades y que seamos adoradores en espíritu y verdad, dedicándole largos ratos a estar con el Señor y ser acompañados por Él.

1 comentario:

  1. Cuando se es joven, casi todos creemos que con nuestro activismo e incluso con nuestras propias fuerzas conseguiremos todo; craso error que va corrigiendo la progresión hacia la madurez. Como este espíritu, esta actitud, es signo de inmadurez, la adoración a Quién y por Quién nos vienen todas las gracias es un avance en la madurez eclesial y personal.

    Es maravilloso san Agustín: “Nadie come esta carne sin antes adorarla”. Es muy lamentable que no esté la frase inscrita a fuego en el corazón de los católicos y que esta marca a fuego no sea visible, porque como dice la entrada: ”La Eucaristía no es un algo, sino un Alguien, el mismo Señor.”

    Venid, adoremos al Señor, que nos habla por medio del Evangelio. Aleluya (del Invitatorio de Laudes).

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