miércoles, 18 de enero de 2017

Relativismo y democracia (doctrina social)

Más de una vez, una catequesis de adultos parte de la lectura entre todos de un documento (fotocopiado), que se lee, se glosa, se comparte entre todos y se profundiza en una segunda lectura personal ya en casa. 

Hoy, aquí, vamos a trabajar así. El texto es denso pero tan bien escrito y trabado que mejor traerlo íntegro y no glosarlo, por el riesgo que supone de perder parte de su fuerza y de su explicación.

La democracia actual, hija del liberalismo, ha desembocado en el relativismo moral, mejor, en un relativismo que afecta a todos los órdenes. Como católicos, hemos de tener claros los conceptos "democracia" y "relativismo" para no ser ilusos y obrar y decidir como católicos, sin dejarnos adoctrinar por el pensamiento imperante, como si la democracia fuese, per se, el sumo bien y aspiración, modelo perfecto, y su dimensión política, de organización del Estado, se pudiese extender a todo, basado en el consenso y todo fuera sujeto de votación sin atender ni a la verdad ni a la ley natural.

Dejemos, entonces, la palabra a Ratzinger.


"Tras la caída de los sistemas totalitarios, que de modo tan drástico configuraron el perfil global del siglo XX, en gran parte del globo se ha ido imponiendo la convicción de que la democracia, aunque ciertamente no conseguirá la sociedad ideal, resulta en la práctica el único sistema de gobierno adecuado a nuestros tiempos. La democracia posibilita el reparto y el control de los poderes, y proporciona así la más amplia garantía posible contra la arbitrariedad y la opresión, a la par que favorece la libertad del individuo y la tutela de los derechos humanos.

Cuando hoy hablamos de democracia, pensamos, sobre todo, en este aspecto positivo: en la participación de todos en el poder, que es expresión de la libertad. Nadie debe ser un mero objeto de dominio, y por eso "súbdito"; cada cual debe poder contribuir con su compromiso y su voluntad al conjunto de la acción política. Solo como "parte activa" pueden los ciudadanos ser realmente todos libres...

Muchos son los que se detienen en este punto y dicen: el fin del Estado se alcanza cuando está garantizada la libertad de todos. Se pone así de manifiesto el hecho de que, según este modo de pensar, el fin principal de la vida social estriba en la posibilidad de que el individuo disponga de sí mismo; propiamente, la comunidad en sí no tendría ningún valor, sino que únicamente existiría para permitir a los individuos ser ellos mismos. Pero una libertad individual carente de contenido, erigida como meta suprema a la que tender, acaba por encerrarse en sí misma, porque la libertad individual solo puede subsistir en un sistema de libertad para todos. Necesita criterios y límites: si no, se convierte en violencia contra las demás libertades. No en vano, quienes desean un régimen totalitario intentan, ante todo, inducir en los individuos actitudes de verdadera libertad anárquica y crear una situación de lucha de todos contra todos, para poder presentarse después, con su propio proyecto de orden, como los auténticos salvadores de la humanidad.

La libertad necesita, pues, un contenido. Podemos definirlo como la salvaguardia de los derechos humanos. Pero podemos también describirlo más detalladamente como garantía tanto del progreso de la entera sociedad como del bien de cada individuo: el "súbdito", esto es, aquel que ha delegado en otros su poder, "puede ser libre si se reconoce a sí mismo -es decir, reconoce su propio bien- en el bien común que persiguen quienes ejercen el poder".

Libertad, democracia y relativismo

...El problema es aún más manifiesto cuando se intenta clarificar la noción de "bien" mediante la de "verdad". El respeto a la libertad de cada individuo nos parece que, por principio, consiste hoy esencialmente en que el Estado no pretenda resolver el problema de la verdad: la verdad, y tampoco, por tanto, la verdad acerca del bien, no resulta cognoscible en la esfera social. La verdad es algo controvertido. Por eso, al intento de imponer a todos lo que una parte de los ciudadanos juzga como "verdad" se le considera un avasallamiento de las conciencias: el concepto de verdad viene relegado al ámbito de la intolerancia y lo antidemocrático. La verdad no es un bien "público", sino únicamente "privado" o, a lo sumo, un bien "de parte", pero nunca universal. En otros términos: el concepto moderno de democracia parece estar indisolublemente ligada a la opción relativista; y el relativismo aparece como la única garantía auténtica de la libertad, y más exactamente de su núcleo esencial: la libertad religiosa y de conciencia...

Dos orientaciones de fondo radicalmente opuestas

Estas preguntas constituyen el núcleo de los actuales debates de la filosofía política en nuestra lucha por una verdadera democracia. Simplificando un poco, cabe decir que son dos las orientaciones de fondo que se contraponen; se presentan periódicamente en distintas versiones, si bien también muestran en parte significativos puntos de contacto.

Por una parte encontramos la posición radicalmente relativista, que quiere desterrar del ámbito político el concepto de bien (y con ello, a fortiori, el de verdadero), por considerarlo peligroso para la libertad. A su vez, para sostener coherentemente un perfecto relativismo, rechaza el 'derecho natural', por sus sospechosas conexiones con doctrinas metafísicas. Según esta orientación, en la política no existe ningún otro principio más que la decisión de la mayoría, que en la vida estatal ocupa el lugar que en otras épocas correspondía a la verdad. El derecho debería entenderse de manera exclusivamente política; es decir, derecho sería lo establecido como tal por los organismos predeterminados. Consiguientemente, la democracia no se definiría en sentido sustancial, sino puramente formal: como un conjunto de reglas que posibilita la formación de mayorías, la representación de los poderes y la alternativa de los gobiernos. Consistiría esencialmente, pues, en los mecanismos de las elecciones y del voto.

A esta concepción se opone diametralmente la otra tesis, según la cual, la verdad no es un 'producto' de la política (esto es, de la mayoría), sino que la precede y, por tanto, la ilumina: no es la praxis la que 'crea' la verdad, sino que la verdad es la que posibilita una auténtica praxis. De ahí que la política sea justa y favorezca efectivamente la libertad cuando se pone al servicio de un conjunto de valores y derechos que la razón nos atestigua. Contra el escepticismo explícito de las teorías relativistas y positivistas, encontramos aquí una confianza fundamental en la razón, en su capacidad de captar y mostrar la verdad...

SÍNTESIS Y RESULTADOS

Me parece que el resultado de nuestra lectura del debate moderno puede resumirse en las siete declaraciones siguientes:

1. El Estado no es en sí mismo fuente de verdad y de moral. No puede 'producir' ninguna verdad a partir de sí mismo, ni en virtud de una ideología -fundada en el pueblo, en la clase o en cualquier otra dimensión- de la que sea particular depositario ni tampoco por la vía del principio mayoritario. El Estado no es realidad absoluta.

2. Al mismo tiempo, la finalidad del Estado no puede consistir en la promoción de una mera libertad, desprovista de contenidos; para fundamentar una ordenada convivencia entre los hombres, que tenga sentido y sea habitable, necesita un mínimo de verdad y de conocimiento del bien; eso sí, no manipulable. De lo contrario queda rebajado, como afirma san Agustín, al nivel de una eficaz banda de ladrones...

3. El Estado, en consecuencia, tiene que proponerse acoger desde 'fuera' de sí mismo, y hacer propio, el patrimonio de conocimiento y de verdad relativo al bien, del que no puede prescindir.

4. Idealmente, este 'fuera' podría ser la pura evidencia racional, cuya preservación y custodia constituiría la tarea peculiar de una filosofía libre de condicionamientos... La historia testimonia también modelos de relación positiva entre un saber moral religiosamente fundamentado y los ordenamientos estatales. Bajo este punto de vista, puede incluso afirmarse que en las grandes formaciones religiosas y estatales se manifiesta un consenso de fondo sobre importantes y esenciales aspectos del 'bien' en sentido moral, que remite a una racionalidad común.

5. La fe cristiana ha dado pruebas de sí misma como creadora de una cultura religiosa universal y racional en grado sumo. También hoy ofrece a la razón ese patrimonio básico de intuiciones morales que conduce a adquirir evidencias ciertas y fundamentadas en el campo ético, o al menos justifica una fe moral razonable, sin la cual una sociedad y un Estado no pueden alcanzar la más elemental consistencia.

6. ...Lo que sustenta en su raíz y esencialmente al Estado, éste lo recibe de 'fuera' de sí mismo: no de una 'pura razón' , que en el terreno moral no es suficiente, sino de una razón que ha madurado en formas históricas de cristalización cultural de la fe religiosa. Es esencial que no se suprima esta distinción: a la Iglesia no le está permitido erigirse en entidad política ni querer actuar en o a través de la política como grupo de poder.... Mediante semejante fusión con el Estado, la Iglesia aniquilaría tanto la esencia del Estado como la suya propia.

7. Para el Estado, la Iglesia se mantiene como un 'cuerpo extraño'... La Iglesia tiene que permanecer en su sitio y no traspasar sus propios límites, y lo mismo debe hacer el Estado. La Iglesia tiene que respetar la autonomía y la libertad propias del Estado, precisamente para poder ofrecerles el servicio que éste necesita. Por otro lado, la Iglesia tiene asimismo que apelar a todas sus fuerzas, a fin de que brille en ella la verdad moral que pone a disposición del Estado y cuya evidencia pueden reconocer todos los ciudadanos. Sólo si esta verdad tiene vigor en primer lugar en la propia Iglesia, educando así a los hombres, logra ser convincente también para los demás y representar una fuerza para la entera sociedad"

(Ratzinger, El elogio de la conciencia, Madrid, Palabra, 2010, pp. 53-74).

1 comentario:

  1. ¡Qué gran Papa hemos tenido! Tengo que confesar que, en alguna forma y aunque el Papa es siempre Pedro, el Papa emérito ha sido "mi Papa" al igual que Juan Pablo II fue el Papa de la adolescencia de mis hijos.

    Si dentro de la Iglesia olvidamos que existe el Bien (diferente al deseo personal) y la Verdad (diferente a la mera opinión)¿Qué enseñaremos al mundo? La verdadera libertad no puede alcanzarse si la desvinculamos del Bien y Verdad absolutos que, por cierto y a despecho de los que niegan su existencia, sí existen, nos lo dice Aquél que dijo "Yo soy el camino, la verdad y la vida".

    Despierta tu poder, Señor, y ven a salvarnos (de las antífonas de Laudes)

    ResponderEliminar