sábado, 30 de julio de 2016

"Por Cristo, con Él...", teología de la oración (1)

Junto a la iniciación de la oración, el método o la práctica cristiana, es necesaria siempre una teología que sustente y explique qué es la oración cristiana, evitando así los riesgos de entenderla mal y vivirla peor.

Para una teología de la oración, una reflexión sobre lo que constituye la plegaria cristiana, hemos de superar visiones reductivas en que entendamos la oración como mera fórmula  o como un incremento de subjetividad (buscando paz, serenidad, relax interior...).

Von Balthasar nos va a ayudar en esta tarea con su estilo, a veces difícil, pero así haremos un esfuerzo de intelección que nunca viene mal.


"La oración se convierte en cristiano porque al movimiento, natural, de una palabra del hombre a la divinidad, se añada una palabra de Dios al hombre -el cristiano escucha a Dios hablarle- Más aún, la palabra intercambiada se convierte ella misma en persona -el Verbo hecho hombre, orando el Padre, orado por los hombres; la plegaria se convierte en cristiana al integrar al orante en la misión y la carne de Cristo.


La oración es un fenómeno conocido en el mundo entero, en las culturas primitivas así como en las civilizaciones evolucionadas. Sólo en la era post-cristiana se ha pulverizado. Esto indica que la oración cristiana ha introducido una modificación crítica en el uso habitual de la plegaria. Pero esto no sería suficiente para imputar la regresión de la oración únicamente a la superioridad técnica que el hombre se enorgullece de poseer sobre la naturaleza, que veneraba antaño como divina. Se podría a este respecto invocar como prueba la falta creciente del sentido de la oración en la filosofía de los últimos siglos.

martes, 26 de julio de 2016

Las claves de la nueva evangelización (II)

Continuando nuestra formación con la conferencia del cardenal Ratzinger en el Jubileo del 2000, pasamos ahora de la "estructura" al método de la nueva evangelización. Realmente éste parecería el punto más inmediato y urgente, cuando se vive con la obsesión, más que con el celo pastoral, de que lo importante son los métodos y éstos hay que renovarlos ya.


Antes que los métodos, está la estructura de la nueva evangelización como vimos: su concepto (enseñar a vivir respondiendo al hombre), nueva evangelización junto a la evangelización permanente de la parroquia y la comunidad cristiana, sin impaciencias, aceptando ser un grano de mostaza al ritmo de Dios. Esto sería lo primero y más urgente, que probablemente es lo que más nos puede fallar, y luego pensar en el método de la nueva evangelización.

El método, desde luego, va acorde con la estructura de la nueva evangelización y refleja claramente su contenido, porque no existen "métodos neutros", ni tampoco es cuestión de plagiar los "métodos de mercado" de una empresa de publicidad, ni el ensoñamiento de que, por el mero hecho de cambiar de método (¡modernizarse!, ¡adaptarse al mundo!, que son eslóganes manidos), ya está todo hecho y la respuesta será deslumbradora, atrayendo a todos.

El método es la forma, el camino que hemos de recorrer, en la nueva evangelización; tal vez podríamos definirlo como un talante, un estilo, un sello, una impronta. Veámoslo con las palabras de Ratzinger.



"ESTRUCTURA Y MÉTODO DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

El método

De esta estructura de la nueva evangelización deriva también el método idóneo. Ciertamente, debemos emplear de modo razonable los métodos modernos para hacernos oír; o mejor, para hacer accesible y comprensible la voz del Señor. No buscamos que se nos escuche por nosotros, ni queremos aumentar el poder y la extensión de nuestras instituciones, sino que deseamos servir al bien de las personas y de la humanidad dando espacio a Aquel que es la Vida. Esta renuncia al propio yo, ofreciéndolo a Cristo por la salvación de los hombres, es la condición fundamental del verdadero compromiso en favor del Evangelio.

sábado, 23 de julio de 2016

La conciencia abierta a la Verdad

Se ha presentado la culpa, años atrás, como un mero sentimiento traumático, torturador, del que había que librarse. Pero, ¿es así? 

Sigamos con las catequesis sobre la conciencia a partir de Ratzinger, El elogio de la conciencia (Palabra, Madrid 2010).


La culpa es la señal de alarma y la voz de la conciencia que nos permite reconocer un mal cometido, suscitando el deseo de repararlo, pedir perdón y emprender un camino profundamente liberador. Una conciencia errónea, que no sabe distinguir por una ignorancia vencible (y a veces es una ignorancia voluntaria, del que no quiere saber), jamás experimentará el sentido de la culpa y por tanto, creyendo que el bien es lo que él decida que es bueno, nunca pedirá perdón, ni corregirá sus pasos, ni enderezará cuanto haya torcido.

Una señal de salud de la persona es que el sentimiento de culpa pueda florecer. "Quien ya no es capaz de percibir la culpa está espiritualmente enfermo" (p. 15). Pero el sentido de culpa, el reconocimiento del mal realizado (o del bien que se ha dejado de hacer), permite abrirse a la luz de la Verdad. Es determinante para un hombre que está "in fieri", haciéndose constantemente y creciendo. Es más, incluso lo que la conciencia no nos acusa, pero objetivamente hemos hecho mal, está ahí presente y el hombre pone ante Dios y su Verdad lo que reconoce y lo que aún no conoce pero que está.

"Una sola mirada a las Sagradas Escrituras habría podido preservar de tales diagnósticos y de una teoría como la de la justificación mediante la conciencia errónea. En el Salmo 19,13 se contiene este aserto, siempre merecedor de ponderación: "¿Quién advierte sus propios errores? ¡Líbrame de las culpas que no veo!". Esto no es objetivismo veterotestamentario, sino la más honda sabiduría humana: dejar de ver las culpas, el enmudecimiento de la voz de la conciencia en tantos ámbitos de la vida, es una enfermedad espiritual mucho más peligrosa que la culpa, si uno está aún en condiciones de reconocerla como tal. Quien ya es incapaz de percibir que matar es pecado, ha caído más bajo que quien todavía puede reconocer la malicia de su propio comportamiento, pues se halla mucho más alejado de la verdad y de la conversión" (p. 15s).

jueves, 21 de julio de 2016

El corazón que participa en la liturgia (I)

Ofrecernos junto con Cristo es la primera disposición interior para que la participación en la liturgia sea auténtica participación. Había que responder a estas preguntas: ¿qué ofrecemos? ¿cómo nos ofrecemos? ¿qué incluimos en la ofrenda? ¿De qué modo se realiza la participación interior, la propia del corazón? ¿Cuáles son las disposiciones íntimas, espirituales? 





Pensemos -y no olvidemos- que una verdadera participación en la liturgia conduce a que lleguen “a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él, se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí” (SC 48).


Sabiendo estonces el sentido profundo que toda liturgia de tiene de ofrecer y ofrecernos, veamos ahora cómo es el corazón que participa, cuáles son sus virtudes o sus cualidades para que sea una liturgia santa y participativa... porque lo que importa es el corazón -no el activismo de 'hacer' o 'intervenir' o tener 'un minuto de gloria' subiendo al presbiterio-. Siempre "lo esencial es invisible a los ojos": vayamos pues al corazón de los fieles.

El corazón debe ser muy consciente de participar en la liturgia sabiendo que está en presencia del Dios Altísimo, de Dios que es Padre, Hijo y Espíritu.

¡Se está en presencia de Dios!


            La liturgia es opus Dei, obra de Dios, así como un divino servicio. Es algo santo y sagrado porque proviene de Dios mismo que nos permite estar en su presencia y servirle; es santa y sagrada la liturgia porque en ella estamos ante Dios mismo, y debemos reproducir el mismo espíritu de fe, respeto y adoración de Moisés ante la zarza ardiente que se descalza porque está en terreno sagrado ante el Dios vivo (cf. Ex 3,1-8).

            Se nos inculca un sentido profundamente religioso, la conciencia de una Presencia, sin los resabios secularistas donde el hombre es el centro y la liturgia parece una fiesta humana, una comida de amigos. 

miércoles, 20 de julio de 2016

El ansia del hombre, llegar a Dios

La antropología cristiana es la reflexión sobre el hombre a la luz de Cristo, o sea, de la revelación plena. Tema éste necesario para saber quiénes somos, qué nos aguarda, cuál es nuestro destino y dignidad, cómo son nuestras capacidades.

En el hombre creado destaca un deseo de Dios; hay en su interior un deseo de llegar a Dios y alcanzarlo, y mientras no lo logre, el corazón estará inquieto, buscando donde apaciguarse, asentarse.


La orientación fundamental del hombre es Dios, por quien suspira. Para ello, ha dejado sus huellas en la creación, en lo creado, y en el mismo hombre también, para que a través de ellas podamos alcanzar un cierto conocimiento de Dios, conocimiento natural, que ojalá, en todos los casos, sea completado por la fe y el conocimiento sobrenatural.

El buen uso de la razón, o incluso meramente usar la razón sin marginarla ni desconfiar de ella, sería una buena herramienta, necesaria, para conocer a Dios. "Pensad bien", es un consejo de Pascal que a todos nos vendrá bien aplicar.

No creamos que esta catequesis es ni complicada ni lejana a la experiencia de lo concreto de nuestras vidas; tal vez sea central, perteneciente a lo primero que hallamos si miramos la naturaleza humana, y por tanto, punto de conexión para poder dialogar con los demás, con quienes aún no creen o vacilan.

                "¿Cómo se llega a conocer a Dios? Esta es la gran pregunta, que atormenta al espíritu moderno. Es cuestión antigua, tan antigua como la historia del hombre; pero hoy es cuestión que se ha hecho atormentada porque el progreso del conocimiento humano ha hecho más exigente la necesidad de dar a tal pregunta una respuesta satisfactoria con relación a los hábitos de nuestra mentalidad, es decir, a nuestra racionalidad crítica y científica y al empeño cognoscitivo de nuestra experiencia sensible. Se produce ahora el hecho de que este progreso nuestro del conocimiento parece encontrar, y encuentra en la práctica, mayores dificultades para llegar a Dios, que las que encontraba en tiempos pasados, cuando se admitía y presuponía normalmente el conocimiento de Dios en todas las formas del pensar; mientras hoy el conocimiento de Dios no se propone como principio indiscutible, sino como conclusión final del mismo pensamiento. Y es difícil llegar a tal conclusión. Se diría que nos hemos hecho más inteligentes, más instruidos, y al mismo tiempo menos religiosos, o sea, menos capaces de llegar a Dios.

El vacío y las modernas consecuencias del ateísmo

                ¿Tendremos que renunciar a tal conquista? El ateísmo contemporáneo responde: sí, debemos renunciar. Esta respuesta, al parecer tan simple, produce un vacío tal en el pensamiento y en la vida del hombre que llega a suscitar grandes y graves problemas, y a turbar la confianza en el mismo pensamiento, o en el sentido positivo de la vida. Quienes creen poder fundar un humanismo sobre el ateísmo vienen a ser en realidad profetas de un nihilismo, que se presenta en primer lugar todo él gratuito, inestable, irracional, y que suple esta carencia con nociones empíricas o insuficientes, con sistemas arbitrarios y violentos, y más tarde con conclusiones pesimistas, revolucionarias y desesperadas. Y el gran ausente, Dios, llega a ser la pesadilla de quien reclama la verdad al pensamiento. Encontramos testimonios de los literatos: “Dios me ha atormentado toda la vida”, dice, por ejemplo, un personaje representativo de un célebre escritor ruso, Dostoievski).

lunes, 18 de julio de 2016

La oración del cristiano (II)

Veamos los rasgos que constituyen una oración que pueda llamarse cristiana: es decir, enseñada por Cristo, realizada con Cristo, abriéndose al Don del Padre.


Nada tiene que ver con la "meditación trascendental" que nos vacía de todo para orientarnos a la nada y al vacío. El silencio de la oración cristiana no es vacío, anulación del ser, o cosa por el estilo, sino la condición necesaria para encontrarse con el Padre en lo secreto, oírle y responderle, suplicarle y darle gracias.


"La Revelación descubre este anonimato, que mantenían las indecisas afirmaciones del pensamiento racional. Dios se desvela como nuestro único autor al mismo tiempo que nos revela que todo su ser es donar, comenzar absolutamente la lógica espiritual que es la lógica del don del ser. 

La oración cristiana no es ajena a lo que somos: atestigua nuestro ser-don. No está en los labios, sino en todo el ser, en todo el espíritu que se le ofrecen. Es el don más difícil, más precioso y, en los santos mismos, el más raro de la historia de cada uno -aquel que resiste a la ley del apartamiento de las cosas.

domingo, 17 de julio de 2016

Grandeza de la Iglesia, camino de libertad

Creados para la Verdad, con sed de Verdad, el hombre es libre y realiza la plenitud de su libertad cuando es orientado hacia el Bien, la Belleza y la Verdad. Uno es libre auténticamente cuando vive en la Verdad, mientras que anclado en la mentira (llámese relativismo, llámese nihilismo), la libertad se va destruyendo y es sustituida por pesadas cadenas.

La Verdad y la libertad determinan la realización plena del hombre y orientan sus pasos en todo lo que el hombre es y hace y busca.

Pero si hay un lugar bendito, un ámbito profundamente saneador, para que el hombre vaya siendo libre y encuentre la Verdad, quedando fascinado por ella y viviendo de ella, ese lugar bendito es la Iglesia. Porque es la Iglesia la que nos confiere la libertad de Cristo y educa la libertad del hombre y es la Iglesia la que muestra la Verdad, que es Cristo, y nos encamina hacia Él. Pone al hombre ante la Verdad para que quede seducido por ella. Entonces el hombre será libre.

Esta es la grandeza de la Iglesia: ofrece el camino de la libertad educando y muestra la Verdad. Su grandeza a la par que su cruz, ya que los ataques del relativismo (: todo es bueno, todo da igual) y del nihilismo (: no hay nada, sólo tú que eres el más fuerte) son feroces.

"La palabra de Jesús manifiesta la dinámica particular del crecimiento de la libertad hacia su madurez y, al mismo tiempo, atestigua la relación fundamental de la libertad con la ley divina. La libertad del hombre y la ley de Dios no se oponen, sino, al contrario, se reclaman mutuamente. El discípulo de Cristo sabe que la suya es una vocación a la libertad. «Hermanos, habéis sido llamados a la libertad» (Ga 5, 13), proclama con alegría y decisión el apóstol Pablo" (Juan Pablo II, Veritatis splendor, 17).

viernes, 15 de julio de 2016

Salvación por su santa Humanidad

Al hombre caído, desordenado todo su interior por la concupiscencia, que busca y no halla, que ve el bien y no lo hace y acaba haciendo el mal que quería evitar; al hombre necesitado de redención, que experimenta la debilidad de su voluntad y de su afecto... al hombre pecador, el Señor lo redime.


El camino de la redención fue la santísima Humanidad de Jesucristo. El Verbo se encarna, asume una carne como la nuestra y experimenta y comprende todas nuestras debilidades, y asumiendo la carne la redime por su cruz y su resurrección, permitiendo una vida plena, santa, feliz.

El Señor ha renovado la humanidad entera con su resurrección; todo lo hace nuevo para pasar al hombre viejo a la novedad de la vida y la salvación. La misma teología de los Padres ha visto una relación esencial entre la "novedad" del Señor en la resurrección y la novedad del don del Espíritu. Recordemos que San Ireneo afirma que el Espíritu renueva a los hombres "a partir de la vez para novedad de Cristo".

miércoles, 13 de julio de 2016

La Iglesia, la historia y la historia de la Iglesia

Por varias razones, este discurso de Pablo VI me ha llamado la atención y creo que nos puede iluminar.

Aborda de qué manera acercarse a la historia y estudiarla. Algo tan sencillo, que sin embargo ha sido manipulado en tantas ocasiones, tergiversando la historia, o silenciándola, o manipulándola, o mostrándola desde el prisma de diferentes ideologías y memorias. La historia nada tiene que ver con ello, pues ella estudia los hechos pasados, con documentos, con la verificación propia de esta ciencia.


Conocer la historia, qué duda cabe, enriquece a todos al ver de dónde venimos y las causas profundas, siempre varias y no una única causa, que desemboca en la vida de los hombres y sus cambios, a veces dramáticos.

También es bueno, buenísimo, conocer la historia de la Iglesia, inmunizándonos así a las leyendas negras que circulan interesadamente y que una mente acrítica, o con poca base, asumiría sin dudar. Recordemos, por ejemplo, cómo san Felipe Neri en su Oratorio, dedicaba mucho tiempo a explicar la historia de la Iglesia a sus jóvenes. Somos un pueblo con una historia concreta, y esa historia la hemos de conocer nosotros desde ella misma y no desde fuera, con los prejuicios de las leyendas que circulan impunemente.

Se trata de estudiar, de leer, de formarse y forjarse criterios. La Iglesia no tiene miedo a la historia, porque ni la magnifica ni la disfraza; en todo caso, tiene miedo de los manipuladores de la historia.

Veamos las orientaciones que ofrecía Pablo VI en un discurso.

"Quisiéramos deciros hoy brevemente lo que constituye, a los ojos de la Iglesia, la dignidad de la historia. 
El primer punto que se impone a la atención es el rigor de su método. El método histórico está basado en la investigación: investigación del documento, del texto auténtico, del escrito contemporáneo de los acontecimientos que se estudian. Investigación muchas veces larga y difícil, a veces recompensada -no siempre- por el descubrimiento inesperado del documento que viene a esclarecer un aspecto de la realidad histórica, a confirmar una hipótesis largo tiempo acariciada. Esta investigación supone calidades y virtudes que tienen gran precio a los ojos de la Iglesia; en primer lugar, la paciencia, que es la compañera fiel del investigador en un trabajo con frecuencia árido y monótono; la perseverancia en el estudio de los textos; el arte de interpretarlos, de hacer revivir una época más o menos lejana y olvidada, de insertar un dato aislado en un contexto general.

martes, 12 de julio de 2016

El salmo 102



                La Iglesia le tiene un particular cariño a la solemnidad del Corazón de Jesús; particular cariño que el Santo Padre está intentando renovar y potenciar como un eje vertebrador en la vida y en la espiritualidad católicas, porque celebrar el Corazón de Jesús es celebrar el Amor de Dios. El catolicismo se define como el Amor que Dios  nos tiene, y por la respuesta de amor que la Iglesia, y cada uno de nosotros como miembros y parte de la Iglesia, va dando a Cristo Jesús. Es la parte más humana, más sensible y más cercana del  Misterio: la humanidad de Cristo, el Amor de Cristo.


               En ese contexto aparece el salmo de hoy, solemnidad del Corazón de Cristo, que va a ser el punto de referencia para nuestra contemplación y para nuestra formación. 

                   Los salmos suelen corresponder a la primera lectura como un eco de lo que la primera lectura de la Liturgia de la Palabra ha proclamado, pero otras veces el salmo tiene sentido en sí mismo y va independiente de las otras lecturas, normalmente en las grandes solemnidades. Es el caso del salmo de hoy, el salmo 102. Lo ofrece la Iglesia en la liturgia de la Palabra de hoy con una interpretación sencilla: es la voz de la Iglesia la que ora a Cristo Jesús descubriendo cómo es su Corazón, encontrando en este salmo además, una profecía, un anuncio velado, de lo que va a ser el Misterio y la Persona del Redentor.

                      Canta el salmo, muy conocido por la piedad:


 Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.

El perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
el rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura;
el sacia de bienes tus anhelos,
y como un águila
se renueva tu juventud.

lunes, 11 de julio de 2016

La oración del cristiano

"El cristiano no reza como los demás; no puede.

No porque su palabra esté limitada al ese acto, en su energía espiritual o en la invención de las palabras, sino porque reza a un Dios que es él mismo, por sí mismo, Palabra -una Palabra que expresa por completo el ser divino.


Porque no hay cristiano sin la primera lección recibida de la Revelación: Dios no es lo divino mudo, el absoluto inefable, inaccesible al lenguaje, o el más allá inexpresable del sentido de sus propias palabras. A un Dios así no se podría orar, más que por un ritual de palabras preparando su eclipsamiento en una luz que se confunde con la noche. Si el verbo está en el principio, si en él se da absolutamente el ser en su origen, esto queire decir que el silencio es ateo, él que pretendía imponer su ley a lo divino. Esta es la alegría de esta primera lección de las "cosas de Dios" enseñada por Dios mismo: su palabra la dice en verdad: él colma en verdad la espera del espíritu que buscaba al Dios desconocido y prejuzgaba con toda la fuerza de su deseo lo que no era el Dios incognoscible.

Las palabras y los actos de Cristo expresan sin la condescendencia de propósitos aleatorios, que serían una irrisoria pseudo-revelación, el ser del Hijo, Fruto único por donde pasa toda la savia paternal. Palabras divinas que incluyen al ser en su perfecta expresión. Es por lo que Cristo no dice otra cosa sino el Padre. Es por lo que, también, no tiene secreto propio para rezarle más que dándose a él en intercambio, manifestando en su rendición amorosa el absoluto don que es él mismo a cambio.

domingo, 10 de julio de 2016

Elección por gracia (San Agustín)

San Agustín acude a la doctrina paulina, subrayada especialmente en la carta a los romanos y a los gálatas, pero que se halla presente en todo el corpus paulino.

Todo lo que tenemos es porque lo hemos recibido y esto en virtud de una elección de amor y misericordia por parte de Dios mismo, pero que no corresponde ni a una obligación divina ni mucho menos a lo que nosotros podemos reclamar por nuestros "méritos".


La gracia desencadena una vida nueva y divinizada en nosotros, justificándonos, librándonos, salvándonos, pero nada se debe al hombre por su constitución natural, sino que todo proviene de un designio libre y amoroso de Dios. Así la gracia siempre conserva su carácter gratuito, tal como nosotros conservamos nuestra propia constitución humana caída, herida, indigente.

Todo viene de Dios pero porque es Él quien lo quiere. Al coronar nuestros méritos, realmente corona su propia obra en nosotros.


"38. Hemos de ver, pues, la intención del Apóstol. Para encarecer la gracia, no quiere que se gloríe sino en el Señor, aquel de quien se dijo: “amé a Jacob”. Dios ama al uno y odia al otro, si bien ambos tienen un solo padre, una misma madre, han sido engendrados a la vez, y no han hecho nada bueno ni malo. Entienda Jacob que no pudo ser separado sino por la gracia de aquella masa de iniquidad original, en la que su hermano mereció ser condenado por justicia, si bien la causa de ambos era común. “Aunque aún no habían nacido ni hecho nada, ni bueno ni malo, para que permaneciese el propósito divino según la elección, no mirando a las obras, sino a quien llama, se le dijo: “El mayor servirá al menor””.

sábado, 9 de julio de 2016

Las claves de la nueva evangelización (I)

Fue una conferencia magnífica, que tuvo gran difusión, y con razón, la que pronunció el cardenal Ratzinger durante el Jubileo del 2000 para los catequistas y evangelizadores.

Sus palabras son penetrantes, con un análisis fino y detallado, sobre qué es evangelizar. Ahora, nosotros, para formarnos, deberíamos releerlas y cuestionarnos así como adquirir conceptos claros, precisos, y no vagar en nebulosas llamando "nueva evangelización" a cualquier cosa, elemento o acción pastoral realizada, eso sí, con rectitud de intención.

La Iglesia está comprometida en la nueva evangelización, cada uno de nosotros debe sentirse interpelado por esta evangelización hoy a tantas zonas paganas del pensamiento, la cultura, la educación, etc., en esta cultura occidental que nació cristiana pero que se ha ido vaciando.

Tal vez lo que nos cuesta es reconocer hasta qué punto es necesaria la nueva evangelización y emprender acciones evangelizadoras reales; vemos algunos actos multitudinarios, o la religiosidad popular, o el número de matrimonios o bautismos o primeras comuniones, y creemos que no estamos tan mal. La realidad, a poco que la analicemos fríamente, es más dura y menos optimista. Son tiempos de increencia donde la secularización ha deshilachado todo el tejido social y hasta eclesial. Hay que rehacerlo.

Pensemos, con la mente abierta y dispuesta a cuestionarnos, "las claves de la nueva evangelización" que Ratzinger señalaba.

"La vida humana no se realiza por sí sola. Nuestra vida es una cuestión abierta, un proyecto todavía inacabado, que es preciso seguir completando y realizando. La pregunta fundamental de todo hombre es: ¿cómo se lleva a cabo este hacerse hombre? ¿Cómo se aprende el arte de vivir? ¿Cuál es el camino que lleva a la felicidad?
Evangelizar quiere decir mostrar ese camino, enseñar el arte de vivir. Jesús dice al inicio de su vida pública: "he venido para evangelizar a los pobres" (cf. Lc 4,18). Esto significa: Yo tengo la respuesta a vuestra vida, el camino hacia la felicidad; más aún, Yo soy ese camino. La pobreza más honda es la incapacidad para la alegría, el tedio de la vida, a la que se considera absurda y contradictoria. Esta pobreza se halla hoy muy extendida, bajo formas muy distintas, tanto en las sociedades materialmente ricas como en los países pobres, la incapacidad para la alegría supone y produce la incapacidad de amar, produce la envidia, la avaricia, todos los vicios que arruinan la vida de las personas y el mundo. Por eso necesitamos una nueva evangelización. Si se desconoce el arte de vivir, todo lo demás deja de funcionar. Pero ese arte no es objeto de la ciencia; solo lo puede comunicar quien tiene la vida, Aquel que es el Evangelio en persona.



ESTRUCTURA Y MÉTODO DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

La estructura

Antes de hablar de los contenidos fundamentales de la nueva evangelización, quisiera explicar su estructura y el método adecuado. La Iglesia siempre evangeliza y nunca ha interrumpido el camino de la evangelización. Cada día celebra el misterio eucarístico, administra los sacramentos, anuncia la palabra de la vida, la Palabra de Dios, se compromete en favor de la justicia y de la caridad. Y esta evangelización produce fruto: proporciona luz y alegría; otorga el camino de la vida a numerosas personas. Muchos otros, a menudo sin saberlo, viven de la luz y del calor resplandeciente de esta evangelización permanente. Sin embargo, observamos un proceso progresivo de descristianización y de pérdida de los valores humanos esenciales, que resulta preocupante. En la evangelización permanente de la Iglesia, gran parte de la humanidad actual no encuentra el Evangelio, es decir, la respuesta convincente a la pregunta: ¿cómo vivir?

jueves, 7 de julio de 2016

Una historia de santidad (Palabras sobre la santidad - XXVIII)

Allí donde, por gracia, germina un santo, allí Dios entra derrochando luz y misericordia. Cada santo es un signo de Dios entre los hombres, una renovación muy visible de la presencia de Dios salvando y actuando, demostrando que Dios es Fiel y que permanece con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, ofreciendo esperanza y vida sobrenatural.


"Los santos son los verdaderos portadores de luz en la historia, porque son hombres y mujeres de fe, espranza y amor" (Benedicto XVI, Enc. Deus caritas est, 40).

La Iglesia ha sido una buena madre de santos; cada época de la historia, en cada lugar donde la Iglesia se ha implantado y ha crecido, ha visto brotar santos, hombres de Dios, portadores de su luz allí donde estaban situados. En la variedad de los tiempos, de las culturas y naciones, en cada momento de la historia, la Iglesia se ha personificado en sus santos. 

martes, 5 de julio de 2016

El misterio de la conciencia

Vamos a empezar, con tranquilidad, una serie de catequesis sobre la conciencia en el hombre. En ella se entrecruza no sólo el Bien, el mal y la Belleza, sino también la libertad y la verdad, temas que, como bien sabemos, son de actualidad y que inciden directamente sobre el actuar cotidiano del cristiano en el mundo.



Estas catequesis van a seguir casi directamente, con algunas glosas simplemente, una obra de Joseph Ratzinger, "El elogio de la conciencia" (ed. Palabra, Madrid 2010). En la medida en que las trabajemos, veremos que se abrirán horizontes luminosos y clarificadores para nosotros.

La conciencia, o la cuestión sobre la conciencia, está en el centro de muchos debates dentro de la teología moral católica. Ahora la conciencia se ha interpretado, fruto de la cultura reinante, como la instancia subjetiva última que se da a sí misma el papel determinante de "decidir" qué es bueno y qué es malo: lo vemos plasmado en la frase simplona, y en el fondo relativista, de "allá cada cual con su conciencia" como si lo que para uno fuera "bueno" para otro pudiera ser "malo" o "neutro". ¿Cada uno señala qué es lo bueno y lo malo o más bien hay una objetividad en lo bueno y lo malo que la conciencia no pone sino que reconoce? ¿La conciencia es la fuente del bien o no será, más exactamente, la ayuda interior que tenemos para descubrir qué es el bien? "La conciencia se presenta como el baluarte de la libertad, frente a las limitaciones de la existencia impuestas por la autoridad" (p. 9).

A la conciencia, sin más, sin mayor iluminación ni formación interior, se la eleva como baluarte de la libertad, que nos pone por encima de la Verdad incluso. ¡Yo soy libre!, y eso significa hoy, generalmente, que puedo hacer lo que quiera y la conciencia moral es la que uno se da a sí mismo.

Parecería que la conciencia es lo opuesto a la Verdad y a la autoridad que enseña y orienta hacia la Verdad. Es la autonomía absoluta del hombre respecto a todo y a todos, incluso autonomía sobre la ley moral y -consecuencia última del nihilismo- sobre Dios. Entonces, ¿la conciencia personal es la última instancia y es infalible? ¿No hay nada por encima de la conciencia?

lunes, 4 de julio de 2016

Conservar íntegro el mensaje

El depósito de la fe ha sido entregado a la Iglesia para que lo custodie, lo preserve, lo anuncie y lo transmita. El lenguaje y la explicación del depósito de la fe puede cambiar mientras no altere su contenido, pero la Iglesia jamás consentirá alterar lo más mínimo la Verdad revelada que el Señor le confió.

Estos principios los hemos de tener claros para evitar confusiones y para preservar de adulteraciones la predicación evangélica.


La Verdad es la que es, la revelación es aquello que Dios manifestó, y este patrimonio es inalterable por su propia naturaleza, no se acomoda a los deseos secularizadores, ni disimula, aparta o cambia, aquellos principios que en determinados momentos parezcan difíciles -lo que le reprocharon en Cafarnaum a Jesús, Jn 6-. La Iglesia transmite aquello que fecunda y da vida a los hombres de todos los tiempos, sin modernizarse para ir al compás variable de los tiempos (¡las modas, ser modernos!), sino que procura elevar esos "tiempos", esas generaciones.

Distinta cuestión, por supuesto, es el lenguaje de la teología, de la catequesis y la predicación, que debe tener facilidad, cercanía, inteligibilidad, para comunicar y enseñar, para que el tesoro de la fe sea claro y comprensible para todos.

La confusión de planos y el virus secularizador han causado estragos y por eso es necesario discernir y tener claras las cosas.

Con las palabras de Pablo VI veremos con claridad cómo una cosa es el contenido de la fe y la revelación, y otra el lenguaje que lo explica; éste sujeto a cambios para ser comprensible; aquel inalterable, porque viene de Dios mismo y no de hombre alguno.

sábado, 2 de julio de 2016

"Por Cristo, con él y en él" (Meditación teológica - y III)

Por Cristo, con Él y en Él,
a ti Dios Padre omnipotente,
en la unidad del Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria,
por los siglos de los siglos. AMÉN.

Tercer término de la doxología: "En Él".

En Él vivimos, nos movemos y existimos.

En Él hemos sido redimidos.


En Él somos llevados al seno de la Trinidad.

En Él se nos ha toda gracia, amor y amistad.

En Él somos agraciados para participar de la vida divina.

viernes, 1 de julio de 2016

No merecemos la gracia (san Agustín)

¿La gracia viene a nosotros porque nos lo merecemos? ¿Acaso porque Dios ha hallado algo bueno en nosotros y nos recompensa con su gracia?

¡Algunos se lo creen! Y lo viven así: piensan que se merecen la gracia por sus buenas obras, y no se dan cuenta de que sin la gracia, que ya estaba ahí, ni siquiera habrían podido realizar esas buenas obras.

Se llama gracia porque es un regalo, un don, gratuito e inmerecido por nuestra parte, que corresponde siempre a una dignación de la misericordia de Dios.

En todo, y siempre, no es el hombre quien lleva la iniciativa y tiene la primacía: en el cristianismo, Jesucristo es lo primero y su obra es la obra de la gracia en nosotros. Un buena dosis de humildad nos hace falta para reconocer lo mucho que debemos a la gracia y lo poco que somos nosotros, heridos por el pecado original y con la concupiscencia inclinándonos al mal.

No, no merecemos la gracia ni la compramos con nada. Se nos da gratis y por amor de Dios.

"29. Por eso todos los que buscan excusas para sus iniquidades y torpezas son castigados justísimamente; porque los que son liberados lo son tan sólo por la gracia. Si la excusa fuese justa, ya no se libertaría la gracia, sino la justicia. Pero como la gracia es la que libra, no halla nada justo en aquel a quien libra: ni voluntad, ni obras, ni siquiera excusas, ya que, si hay una disculpa justa, quien la utiliza se libra con razón y no por gracia. 

Sabemos que se libran por la gracia de Cristo también algunos de esos que dicen: “¿Por qué se queja todavía? ¿Quién puede resistir a su voluntad?” Si esa excusa fuese justa, no se libertarían por gracia gratuita, sino por la justicia de esa disculpa. Pero, si se libran por la gracia, sin duda la disculpa no es justa. Gracia verdadera es aquella que libra al hombre cuando no se le retribuye por merecimiento. Dicen, pues: “¿Por qué se queja todavía? ¿Quién puede resistir a su voluntad?” Pero no se realiza en ellos otra cosa que la que se lee en el libro de Salomón: “La necedad del hombre estropea sus caminos y acusa a Dios en su corazón”.