viernes, 29 de abril de 2016

Espiritualidad de la adoración (X)

La espiritualidad de la adoración eucarística es un manantial en el que nutrirnos del amor de Dios y, recibiéndolo, poder amar a los hermanos, especialmente a los que sufren, débiles, enfermos. Es la caridad sobrenatural para amar dándonos a nosotros mismos, no simplemente dando algo.


La adoración eucarística es una escuela de caridad, de amor y de entrega, que rompe el sentimentalismo y la privacidad, para conducirnos a la entrega de un amor verdadero, que se da.

El Señor en la Eucaristía, constantemente dándose, expuesto de manera entregada, educa el corazón, la voluntad y la inteligencia, para amar como Él y darse como Él. La adoración eucarística no nos reduce a la privacidad, sino nos lleva al otro, mirado y considerado como hermano. Así lo señalaba el papa Benedicto XVI en su primera encíclica:

miércoles, 27 de abril de 2016

Al resucitar, todo es nuevo

Se abrió el sepulcro que estaba sellado y custodiado por la guardia...

Se abrió el sepulcro, la noche sola fue su testigo, y surgió el Resucitado, la Humanidad glorificada del Verbo, con toda potencia y luminosidad.


Entonces la historia cambió su curso, el tiempo fue capaz de recibir la eternidad, y la creación tuvo una primicia, la materia del cuerpo del Señor, que fue traspasada por el Espíritu.

Ya nada será lo mismo. Algo que estaba anunciado ha empezado ahora a cumplirse. ¡Cielos nuevos y nueva tierra!, a los que corresponde un Hombre nuevo. Este Hombre nuevo es Jesucristo resucitado, glorificado en su carne... y con Él, aquellos que por el bautismo y con la gracia del Espíritu, dejan al hombre viejo y se van revistiendo del nuevo, a imagen de Jesucristo.

lunes, 25 de abril de 2016

La santa Iglesia... formada por pecadores (I)

Porque eso es lo que somos: pecadores, y sin embargo y a la vez, miembros de la Iglesia que es santa. He aquí la paradoja, que diría De Lubac; he aquí el carácter "trágico", que diría Guardini.

Somos pecadores y miembros de la Iglesia, pero ésta es Santa en sí misma participando de la santidad de su Cabeza, Jesucristo, y administrando todos los medios de la santificación, como fiel dispensadora de la Gracia.

El carácter humano junto al divino en la Iglesia es piedra de toque y escándalo para muchos. Vista desde fuera, y sin entrar nunca en ella, la Iglesia muestra su faz humana, la que componemos cada uno de nosotros, y se muestra un rostro tal vez desagradable y poco atrayente: se ven sólo nuestros pecados, los de sus miembros, que distorsionan a quien mire a la Iglesia con una mirada superficial o exterior. Hay que superar eso y dar un paso más: descubrir su verdad, su núcleo esencial, su santidad participada.

Nosotros mismos, miembros de la Iglesia, a veces tropezamos con el escándalo que nos provocan, no los 'pecados' de la Iglesia, sino los de sus miembros, olvidándonos de la naturaleza espiritual (sobrenatural) de la Iglesia misma.

"La Iglesia es para el hombre, en tanto individuo, el sustrato vivo de su perfección personal y el camino para que él se desarrolle como tal. Pero antes de hablar sobre la dimensión individual del hombre, permítanme anticiparles algo. Cuando yo intentaba exponer lo que la Iglesia significa para el desarrollo de la personalidad humana, quizás ustedes habrán querido plantear alguna objeción. Habrán recordado muchas imperfecciones que vieron en la Iglesia, habrán recordado también muchos desengaños personales y posiblemente sintieron como falso lo que yo estaba diciendo. Les habrá parecido que todo lo dicho era muy lindo en el plano de las ideas, pero que, lamentablemente se refería a una Iglesia ideal o abstracta, ya que la Iglesia real no es ni consigue ser lo que afirmábamos. Es por eso que les debo una explicación. Quien pretende hablar sobre el sentido de la Iglesia, también tiene que hablar sobre sus imperfecciones.

domingo, 24 de abril de 2016

El rito de la paz en la Misa (II)

La Carta de la Congregación, con fecha 8 de junio de 2014, tras recordar lo significativo de este rito en el contexto eucarístico, continúa citando la exhortación Sacramentum caritatis de Benedicto XVI:


3. En la Exhortación Apostólica post-sinodal Sacramentum caritatis el Papa Benedicto XVI había confiado a esta Congregación la tarea de considerar la problemática referente al signo de la paz [6], con el fin de salvaguardar el valor sagrado de la celebración eucarística y el sentido del misterio en el momento de la Comunión sacramental: «La Eucaristía es por su naturaleza sacramento de paz. Esta dimensión del Misterio eucarístico se expresa en la celebración litúrgica de manera específica con el rito de la paz. Se trata indudablemente de un signo de gran valor (cf. Jn 14,27). En nuestro tiempo, tan lleno de conflictos, este gesto adquiere, también desde el punto de vista de la sensibilidad común, un relieve especial, ya que la Iglesia siente cada vez más como tarea propia pedir a Dios el don de la paz y la unidad para sí misma y para toda la familia humana. [...] Por ello se comprende la intensidad con que se vive frecuentemente el rito de la paz en la celebración litúrgica. A este propósito, sin embargo, durante el Sínodo de los Obispos se ha visto la conveniencia de moderar este gesto, que puede adquirir expresiones exageradas, provocando cierta confusión en la asamblea precisamente antes de la Comunión. Sería bueno recordar que el alto valor del gesto no queda mermado por la sobriedad necesaria para mantener un clima adecuado a la celebración, limitando por ejemplo el intercambio de la paz a los más cercanos» [7].



viernes, 22 de abril de 2016

Entusiasmo para el canto litúrgico

Los años de la reforma litúrgica postconciliar, o de la renovación de la liturgia en celebración, en su teología, en su espiritualidad, fueron acompañados y guiados por la palabra del Papa Pablo VI.

El canto litúrgico también recibió orientaciones concretas y claras, aunque luego la práctica y la secularización, penetró claramente en este terreno musical, permitiendo melodías, ritmos y letras discordantes, chocantes, estridentes, para lo que es el Misterio vivido y celebrado en la liturgia.

Aún hoy seguimos con muchas deficiencias en este terreno, y todavía hoy necesitamos líneas claras, palabras veraces, que reorienten la música y el canto litúrgico, sin convertirlo en un concierto sacro estando todos mudos en la iglesia, ni convirtiendo el canto en algo no ya popular, sino populista y divertido (el otro extremo).

Quedémonos con las palabras de Pablo VI:



"Nos congratulamos con vosotros sobre todo porque sabéis emplear vuestras cualidades musicales y vuestra preparación artística no sólo para vuestra satisfacción y la de cuantos os escuchan, sino también para el servicio de la liturgia, la convertís, por tanto, en un instrumento para la gloria de Dios, en una expresión y en una profesión de fe.

Vosotros deseáis escuchar la palabra del Papa; y esta palabra no puede ser otra cosa que el eco de lo que la Iglesia -por medio de la Constitución conciliar sobre la sagrada liturgia y por medio de las diversas instrucciones consecutivas, en particular por medio de la dedicada a la Música sagrada, de 5 de marzo de 1967- ha declarado recientemente sobre las relaciones entre música y liturgia y sobre la función que vosotros, como capillas musicales, estáis llamados a desempeñar para dotar la celebración de los Santos Misterios de esplendor y devoción cada vez mayores.

jueves, 21 de abril de 2016

Santificación cotidiana (Palabras sobre la santidad - XXV)

Llamados a la santidad, nada extraordinario hay que hacer ni buscar, más que vivir plenamente, con perfección y amor de Dios, con una fuerte unión con Cristo, las realidades cotidianas, prosaicas, tal vez insulsas, de cada jornada.


La clave de la santidad es lo ordinario de cada vocación, de cada estado de vida, de cada misión, de cada trabajo o profesión. Por eso la santidad se labra desde el inicio de cada jornada en lo que somos y vivimos.

Podríamos decir que la santidad es algo para cada día, desde ya mismo, desde hoy mismo, y que se cifra en la verdadera amistad con Cristo, desarrollada cada jornada, creciendo en esa amistad con el Señor.
 

martes, 19 de abril de 2016

La visita al Santísimo - Rahner (I)

Hay un largo artículo de Rahner que juzgo interesante sobre el valor, la importancia y el sentido de la visita al Santísimo, es decir, entrar en una iglesia para orar unos minutos ante el Sagrario, con la lámpara (una vela encendida) que nos señala su Presencia.

Aun sin que yo sea un seguidor de Rahner, más bien lo contrario, es de justicia reconocer lo acertado de este artículo que a todos nos puede ayudar a forjar una espiritualidad eucarística cada día más sólida y firme.



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K. Rhaner, La devoción eucarística fuera de la Misa: la visita al Santísimo, en: Ecclesia 1967, pp. 1941-1945.


"Sería necesario comenzar, puestos a tratar tal materia, por un conjunto de generalidades sobre la meditación, el recogimiento, el silencio, la oración, la piedad privada. No podemos aquí hacer otra cosa sino suponerlas ya conocidas. Pero es probable que las cuestiones y dificultades planteadas a propósito de la "visita" al Santísimo -es decir, de la plegaria ante el sacramento de la Eucaristía conservado en el tabernáculo- tengan de hecho, frecuentemente, un objeto más general: la oración contemplativa privada y de una cierta duración; y en cuanto a las objeciones hechas contra la "visita", ¿no serán a menudo una especie de motivaciones llegadas de golpe para sustraerse a las exigencias de la actitud contemplativa? Por otra parte, ¿conocéis a muchas personas que se den generosamente a la meditación y que, a la vez, experimenten dificultades ante la "visita"? Se debería en todo caso invitar a aquéllos que se declaran contra la "visita" a examinar mejor su actitud y a preguntarse si sus objeciones no traducen en realidad la reacción del hombre que, comido por sus preocupaciones, trata sin cesar de sustraerse a la mirada de Dios, huyendo del recogimiento por ser incapaz de soportar esta paz de Dios que juzga y que purifica.


I. La visita en la tradición de la Iglesia

Los que atacan el sentido de la "visita" deben saber la extrema fragilidad de las teorías que se suelen alegar a este propósito apoyándose en la historia de los dogmas y de la piedad. En efecto, esas teorías cometen el error de dar con frecuencia a unos hechos exactos una interpretación errónea. Que no vayan, pues, a invocarlas para rechazar la doctrina del Concilio de Trento, o simplemente para no hacer caso a ella en la práctica.


martes, 12 de abril de 2016

El rito de la paz en la Misa (I)

Es característica esencial y propia del rito romano que la paz se intercambia después del Padrenuestro y -antes de la Fracción del Pan, según lo determinó en el siglo VI san Gregorio Magno: no es ningún modernismo litúrgico...


Desde entonces hasta hoy es uno de los rasgos propios del rito romano -como lo es también, por ejemplo, arrodillarse en la consagración y que las especies se muestren para la adoración después de la consagración-.

El Sínodo sobre la Eucaristía, en el pontificado de Benedicto XVI, sugirió desplazar el rito de la paz romano para anteponerlo al Ofertorio, en vistas, sobre todo, a no perturbar el ritmo de recogimiento antes de la comunión, dados los múltiples abusos de este rito que se ha visto desbordado por efusividad y movimientos.

Benedicto XVI recogió esta sugerencia en la exhortación Sacramentum Caritatis:

"La Eucaristía es por su naturaleza sacramento de paz. Esta dimensión del Misterio eucarístico se expresa en la celebración litúrgica de manera específica con el rito de la paz. Se trata indudablemente de un signo de gran valor (cf. Jn 14,27). En nuestro tiempo, tan lleno de conflictos, este gesto adquiere, también desde el punto de vista de la sensibilidad común, un relieve especial, ya que la Iglesia siente cada vez más como tarea propia pedir a Dios el don de la paz y la unidad para sí misma y para toda la familia humana. La paz es ciertamente un anhelo indeleble en el corazón de cada uno. La Iglesia se hace portavoz de la petición de paz y reconciliación que surge del alma de toda persona de buena voluntad, dirigiéndola a Aquel que « es nuestra paz » (Ef 2,14), y que puede pacificar a los pueblos y personas aun cuando fracasen las iniciativas humanas. Por ello se comprende la intensidad con que se vive frecuentemente el rito de la paz en la celebración litúrgica. A este propósito, sin embargo, durante el Sínodo de los Obispos se ha visto la conveniencia de moderar este gesto, que puede adquirir expresiones exageradas, provocando cierta confusión en la asamblea precisamente antes de la Comunión. Sería bueno recordar que el alto valor del gesto no queda mermado por la sobriedad necesaria para mantener un clima adecuado a la celebración, limitando por ejemplo el intercambio de la paz a los más cercanos" (n. 49).

domingo, 10 de abril de 2016

La Compañía de los santos (Palabras sobre la santidad - XXIV)

Desde el principio de su vida pública, Cristo no actuó solo sino que asoció a su persona, a su vida y a su misión a otros, a los apóstoles, a los discípulos, a un grupo numeroso. Fue una Compañía, una Comunión, lograda despacio hasta la Cruz. El nacimiento mismo de la Iglesia se produce como Compañía y Comunión: el Espíritu Santo no se da a cuentagotas, a individuos aislados, sino al grupo apostólico, en el Cenáculo. La Iglesia, desde su origen, es una Comunión.


Esta Comunión es visible, con la Iglesia peregrina hoy en el tiempo, presidida por Pedro y el Colegio apostólico, pero también es invisible, con todos los miembros de este Cuerpo, los santos, que a lo largo de la historia nacieron a la vida eterna por los sacramentos de la Iglesia. Es una Comunión diacrónica y sincrónica. Todos los santos están en ella, y nosotros hoy formamos parte de esta Comunión de los santos. Es una Compañía viva de santos, amigos de Dios, que es aglutinada por el Espíritu Santo que establece relaciones profundísimas que no nacen de la carne ni de la sangre, sino de Dios.

Recordemos la preciosa doctrina del Catecismo:

viernes, 8 de abril de 2016

Iglesia, persona y comunidad

Persona y comunidad no son dos polos opuestos, antitético como a veces, tal como a veces se presentan o como a veces nosotros podemos sentir y plantear. La persona es un ser en relación, creado para amar, que forma parte de una comunidad de personas; la comunidad, a su vez, es formada por personas que no pierden su identidad, sino que potencian la vida de los demás, la vida comunitaria, desarrollando su propia personalidad.

Son relaciones complementarias, buenas y necesarias. Caen categorías reductoras: el hombre es persona, pero no es vivido ni considerado como "individuo", sin rostro; la comunidad no es totalitaria, sumando individuos que pierden sus cualidades personales, sus rasgos definitorios: comunidad no es una masa informe, ni una asociación de individuos. Decir comunidad implicará decir siempre 'personas'.

La Iglesia misma es la gran comunidad de personas, los redimidos, unidos por unos lazos nuevos, recibiendo una vida nueva. En la Iglesia somos insertados como posibilidad de vivir la humanidad nueva ofertada por Cristo, realizada primero en su propia Humanidad glorificada.

"Nosotros -escribe Romano Guardini- hemos contrapuesto la vida nueva como Iglesia a la vida nueva como individuo. Debíamos hacerlo, para ver con claridad la diferencia. Pero ahora surge la pregunta: ¿cómo se debe entender el primer significado respecto al segundo?

Inmediatamente tenemos que afirmar: no hay que considerarlos como dos cosas fácilmente separables ni como dos órdenes separados. Se trata del mismo acontecimiento fundamental de la vida cristiana, del mismo misterio fundamental de la Gracia. Sólo hay un único ser-poseído del hombre por Dios, por el Padre, en Cristo, mediante el Espíritu Santo. Pero ese ser-poseído se distribuye entre las dos orientaciones básicas de toda vida, se revela en los dos modos fundamentales de la existencia humana: por una parte, en la naturaleza humana que se apoya en sí misma y se afirma a sí misma; por otra parte, en la naturaleza humana abierta a la comunisad que la trasciende.

miércoles, 6 de abril de 2016

Cristo se encarna para ser Médico

Ese y no otro, es el fin de la Encarnación del Verbo: hacerse prójimo de esta humanidad maltrecha, y mediante su carne, curarnos.


Cristo es el Médico, la Medicina, la Salud y la Curación. Penetró en lo más profundo de la enfermedad de la naturaleza humana asumiendo nuestra carne; experimentó nuestras debilidades y enfermedades e introdujo la salvación.

"Efectivamente, nuestra naturaleza, enferma, tenía necesidad del médico; 
el hombre, caído, necesitaba de alguien que lo levantara; 
el que estaba sin vida necesitaba del que da la vida, 
el que había resbalado fuera de la participación del bien necesitaba de quien lo devolviera al bien... 

¿Es que esto era poca cosa y sin mérito para hacer que Dios se molestara en bajar a visitar a la naturaleza humana, pues en tal estado de miseria y desgracia se hallaba la humanidad?" (S. Gregorio de Nisa, La Gran Catequesis, XV, 3).

sábado, 2 de abril de 2016

El antes y el después (Cuaresma y Pascua - textos)

Primero fue el Triduo pascual, después su prolongación en cincuenta días, el tiempo pascual o de pentecostés (porque pentecostés significa cincuenta) y finalmente existió la Cuaresma como preparación.


Era tal y tan grande la importancia de las siete semanas pascuales, que la Iglesia creó un tiempo específico de preparación más intensa. De este modo, la Cuaresma no es un fin en sí misma,  un tiempo cerrado en sí, sino una introducción, una preparación, para aquello que realmente es importante y vital: los cincuenta días de Pascua.

La evolución posterior, y el influjo de lo devocional sobre el espíritu de la liturgia, hizo que la Cuaresma fuera intensísima, cargada además de ejercicios piadosos y devocionales, pero llegada la Pascua no se sabía muy bien cómo vivirla ni qué hacer, perdiendo su importancia poco a poco, y llenando este tiempo largo de fiesta con nuevos añadidos devocionales (el "mes de mayo").

Aún hoy, tras una Cuaresma bien vivida, que en las parroquias y comunidades cristianas es sumamente cuidada, inculcada, programada pastoralmente, la cincuentena pascual aparece como un tiempo casi sin contenido propio. Apenas nada se hace que destaque lo específico de la Pascua y le dé el color especial que le es propio (no hay canto diario del "Aleluya", tampoco sobreabundan las flores, ni el cirio pascual es destacado por su luz y su exorno, rara vez se distribuye la Comunión con las dos especies).

Si nos sumergimos en la Tradición hallaremos una Cuaresma sumamente austera y penitente, nada relajada, de ayuno estricto. Pero también hallaremos las notas propias de los cincuenta días pascuales, destacadas, brillantes.