viernes, 28 de octubre de 2016

Cristo en la Iglesia

Como Cristo no es un personaje mítico del pasado, ni un ideal, ni un sentimiento afectivo, sino una Persona real, el Hijo de Dios encarnado, muerto y glorificado. Con Él podemos tener contacto, tratarlo, y Él puede curarnos, sanarnos, alimentarnos y nutrirnos mediante su Iglesia, que es la mediación elegida por Él.

La Iglesia tiene por centro a Jesucristo, la Iglesia vive de Jesucristo y la Iglesia posibilita el acceso real, concreto, personal, a Jesucristo.

Que la vida de la Iglesia sea Cristo es algo cargado de consecuencias: su vida es el Señor, no la mera filantropía y la asistencia social. Que la vida de la Iglesia sea Cristo supone el primado de la Gracia, volviendo una y otra vez a su centro sin derramarse en la periferia, en las acciones o incluso en el activismo.

Cristo mismo ha querido a su Iglesia como el medio, el lugar, el signo y el ámbito que posibilite darse a sus hermanos.

Cristo sin Iglesia estaría "desencarnado", alejado; la Iglesia sin Cristo sólo sería una sociedad con ansias de espiritualidad o un grupo benéfico más.

"Cristo no solamente es el único que garantiza el conocimiento verdadero de Dios, sino que él es también la persona a través del cual debe pasar el movimiento vivo hacia Dios, si quiere culminar realmente en él, tal como lo reafirma con toda energía en el Evangelio según san Juan: "Yo soy el Camino. Nadie va al Padre, sino por mí" (14,6).

En otras palabras: no existe el Dios "de libre acceso". Frente a la pretensión de la búsqueda autónoma de Dios, de experimentarlo y de pensarlo en forma independiente, él seguirá siendo el desconocido, el "que habita en una luz inaccesible" (1Tm 6,16). El hombre llega a él sólo por el camino de la imitación de Cristo. Él indica la dirección y enseña el comportamiento...

¿Cómo en virtud de tales imágenes y de su origen se puede confiar en la frase, según la cual "nadie conoce al Padre, sino el Hijo" y "nadie va al Padre, sino por él"? Es decir: ¿dónde está la instancia que Cristo mismo garantiza?
A este punto se hace presente la Iglesia.

Jesús sabía que él y su mensaje son lo absolutamente decisivo. Por eso, él quiere que esto suyo pueda llegar a "todos los pueblos" y hasta "el fin del mundo" (Mt 28,19-20). Pero... en las frases en las que él habla de esta continuación de lo suyo, no figura el concepto de un libro. Es cierto que habla de la Palabra escrita de Dios, pero en ello se supone siempre el Antiguo Testamento. Por el contrario, la mediación que puede hacer llegar es la predicación viviente, por medio de quienes él ha elegido (Hch 1,2). A ellos les fue concedido que determinaran el modo de llevar a cabo esta predicación: a través de la palabra hablada y escrita, a través de una acción en conmemoración suya, un hecho que lo atestigua y una existencia ejemplar, es decir, en un contexto que, en el acontecimiento de Pentecostés, experimentó la plenitud del Espíritu y que luego continúa su camino hasta el fin de los tiempos. Este contexto es la Iglesia.


Cristo garantiza la realidad del Padre viviente; pero la imagen de Cristo es garantizada mediante la Iglesia, dicho con más precisión: a través del Espíritu Santo que habla en ella. De ella dice Jesús: "El que a vosotros os escucha, a mí me escucha; el que os rechaza a vosotros, me rechaza a mí, y el que me rechaza, rechaza al que me envió" (Lc 10,16). En las palabras de la Iglesia habla él, en las palabras de Jesucristo habla el Padre.

La Escritura, es un elemento vivo de la Iglesia, ya que precisamente ha surgido, ha sido completada a lo largo del primer siglo y ha sido incorporada como canon válido en las postrimerías de ese primer siglo a través de la Iglesia. De la Iglesia de Cristo llega incesantemente a los individuos la invitación de ofrecer la primera vida, para que dicha invitación sea recibida nuevamente en su novedad y en su especificidad.

Esta invitación es de tal naturaleza que no se deja formar por la voluntad autónoma de aquél a quien se la formula, sino que habla a partir de una realidad que se sustrae a su arbitrariedad. Si él malinterpreta el mensaje, ella lo corrige. Si él piensa a Cristo de acuerdo con su propia voluntad, ella defiende su imagen. Si de la persona de Cristo suprime lo que le molesta, entonces ella lo acentúa. En este encuentro, permanente con la Iglesia concreta y viviente, la figura de Cristo crece en forma incesante hasta alcanzar su soberanía invulnerable y da testimonio del Padre tal como éste es.


Todo esto quiere decir que el camino que ha conducido realmente a la libertad de la fe en la realidad perfecta de Cristo y, por medio de él, a la soberanía del Dios vivo, es la fe que está convencida de que en la Iglesia habla Cristo, de tal forma que quien la escucha a ella lo escucha a él mismo (Lc 10,16).

La frase puede sonar extraña en una época para la cual se ha tornado evidente que quien opta por la Iglesia pierde la libertad del Evangelio. En realidad, la Iglesia es maestra de la libertad cristiana. Naturalmente esta libertad hace referencia a algo diferente de la posibilidad psicológica de elegir lo que simpatiza o a la autonomía filosófica de juzgar lo que parece correcto según un criterio propio. Esa libertad se refiere a que quien está dispuesto a creer, se libera de las ataduras que producen los supuestos psicológicos, sociológicos, históricos y otros cualesquiera, y sumerge al creyente en la realidad íntegra del Dios que se revela a sí mismo en Cristo.

El camino en la Iglesia es un verdadero camino de fe, y la permanencia en la Iglesia es una relación auténtica de fe. Por eso, ambos incluyen todos los esfuerzos y peligros de toda relación..." (Guardini, R., La Iglesia del Señor, Buenos Aires 2010, pp. 144-148).


1 comentario:

  1. Señala Vd un problema que, Dios me perdone si es un juicio demasiado duro, creo que tenemos en casi todas (o muchas) instancias católicas: “Naturalmente esta libertad hace referencia a algo diferente de la posibilidad psicológica de elegir lo que simpatiza o a la autonomía filosófica de juzgar lo que parece correcto según un criterio propio”.

    Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando (de las antífonas de Laudes).

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