lunes, 30 de mayo de 2016

Plegaria: el testimonio de la caridad (S. Juan de Ávila)

La caridad fraterna es uno de los signos distintivos de la vida cristiana; por ella reconocerán que somos discípulos del Señor, si somos capaces de amarnos unos a otros. Era uno de los grandes lugares apologéticos para el cristianismo: ser capaz de amarse así no es un esfuerzo humano, sino el don del Espíritu Santo que engendra una vida nueva.

Sabemos, por el Apologeticum de Tertuliano, que los paganos decían: "mirad cómo se aman". Esto les suscitaba preguntas y búsquedas.


Por el contrario, un antitestimonio (que se diría hoy) es la falta de caridad sobrenatural, sustituida por afectos de grupos, intereses afectivos, o directamente por enfrentamientos y celos.

El amor del Espíritu Santo en nuestros corazones, permitiendo la fraternidad eclesial, será siempre un signo interpelante y una llamada evangelizadora.

Por eso oremos y meditemos ante el Señor, con la plegaria de san Juan de Ávila.



Testimonios y antitestimonios: la caridad

            Ciertamente, dice una gran verdad el que es la suma Verdad, que, si los cristianos guardásemos perfectamente la ley que tenemos, cuyo principal mandameinto es el de la caridad, sería tanta la admiración que causaríamos en el mundo a los que nos viesen iguales a ellos en la naturaleza, y muchos mayores que ellos en la virtud, que, como los débiles a los fuertes, y los bajos a los altos, se nos rendirían y creerían que mora Dios en nosotros; pues verían que podemos lo que las fuerzas de ellos no alcanzan, y darían gloria a Dios que tiene tales siervos.


            Y entonces se cumpliría aquello de que somos carta de Jesucristo, en la que todos leen sus enseñanzas (cf. 2Co 3,2), y que somos el atavío de su doctrina (cf. Tit 2,10), y que somos buen olor suyo (2Co 2, 14-15), pues por nuestra vida hablarían bien de Él.


            Pero tú, Señor, sabes que, aunque haya habido en tu Iglesia muchísimos, y siempre hay algunos, cuya vida resplandece con una gran luz, a la cual podían atinar los infieles, si quisiesen, para conocer la verdad y salvarse, pero también sabes, Señor, cuántos hay en tu Iglesia, que comprende a los buenos y malos cristianos, que no sólo son medio para que te conozcan y te honren los infieles, sino que se aparten de ti y se cieguen más;

            y en lugar de la honra, que, en oyendo el nombre cristiano, te tenían que dar, te blasfemen muy duramente, pareciéndoles, por su engañado juicio, que no puede ser verdadero Dios y Señor quien tiene siervos que viven tan mal.

            Pero tú, Señor, tienes reservado un día para quejarte de esta ofensa, y decir: Mi nombre es blasfemado por causa vuestra entre los infieles (Rm 2,24); y para castigar con duro castigo a quien, teniendo que recoger contigo lo desparramado, derrama él lo recogido (Lc 11,23), o es impedimento para que no se recoja.

            Y entonces darás a todos claramente a entender que tú eres bueno, aunque tus criados sean malos; porque las maldades que ellos cometen, a ti te desagradan, y tú las prohíbes en tus mandamientos, y las castigas duramente[1].




[1] S. Juan de Ávila, Audi filia, cap. 34.

1 comentario:

  1. “…te blasfemen muy duramente, pareciéndoles, por su engañado juicio, no puede ser verdadero Dios y Señor quien tiene siervos que viven tan mal”. Se le pone a una la “carne de gallina”.

    ¡Señor, que no seamos nunca causa de escándalo!

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