viernes, 8 de abril de 2016

Iglesia, persona y comunidad

Persona y comunidad no son dos polos opuestos, antitético como a veces, tal como a veces se presentan o como a veces nosotros podemos sentir y plantear. La persona es un ser en relación, creado para amar, que forma parte de una comunidad de personas; la comunidad, a su vez, es formada por personas que no pierden su identidad, sino que potencian la vida de los demás, la vida comunitaria, desarrollando su propia personalidad.

Son relaciones complementarias, buenas y necesarias. Caen categorías reductoras: el hombre es persona, pero no es vivido ni considerado como "individuo", sin rostro; la comunidad no es totalitaria, sumando individuos que pierden sus cualidades personales, sus rasgos definitorios: comunidad no es una masa informe, ni una asociación de individuos. Decir comunidad implicará decir siempre 'personas'.

La Iglesia misma es la gran comunidad de personas, los redimidos, unidos por unos lazos nuevos, recibiendo una vida nueva. En la Iglesia somos insertados como posibilidad de vivir la humanidad nueva ofertada por Cristo, realizada primero en su propia Humanidad glorificada.

"Nosotros -escribe Romano Guardini- hemos contrapuesto la vida nueva como Iglesia a la vida nueva como individuo. Debíamos hacerlo, para ver con claridad la diferencia. Pero ahora surge la pregunta: ¿cómo se debe entender el primer significado respecto al segundo?

Inmediatamente tenemos que afirmar: no hay que considerarlos como dos cosas fácilmente separables ni como dos órdenes separados. Se trata del mismo acontecimiento fundamental de la vida cristiana, del mismo misterio fundamental de la Gracia. Sólo hay un único ser-poseído del hombre por Dios, por el Padre, en Cristo, mediante el Espíritu Santo. Pero ese ser-poseído se distribuye entre las dos orientaciones básicas de toda vida, se revela en los dos modos fundamentales de la existencia humana: por una parte, en la naturaleza humana que se apoya en sí misma y se afirma a sí misma; por otra parte, en la naturaleza humana abierta a la comunisad que la trasciende.

La nueva creación es Iglesia y es individualidad, ambas cosas a la vez por esencia y origen. Es Reino de la Iglesia de una vez y para todos, puesto que la Iglesia es la transfiguración de la naturaleza humana mediante la Gracia, en cuanto se sostiene en lo comunitario. Es Reino de la individualidad en cuanto existen hombres creyentes. La nueva creación subsiste como Iglesia y como individuo cristiano. Ninguno constituye un dominio independiente uno del otro, por eso, no se los puede separar, aun cuando los hayamos considerado cada uno por su lado. Están relacionados por su origen y dependen mutuamente uno del otro.

En consecuencia, una auténtica comunidad cristiana no es de tal índole que el individuo deba oponerse a ella con energía para poder afirmarse en sí mismo. Tampoco es un poder que violenta el propio ser personal, sino que supone el individuo que se mantiene libre en sí mismo y lo protege. En su más profundo sentido, la Iglesia es una comunidad de seres que no sólo son miembros e instrumentos del todo, sino que, al mismo tiempo, son un mundo que tiene un centro en sí mismo, es decir, son personas. Meros individuos constituyen sólo un rebaño o un hormiguero, mientras que la comunidad es una relación entre personas, pero una relación ética, ya que requiere el decidirse libremente a estar unido a otros, aunque implique también un ordenamiento apropiado, pues, sólo cuando se unen seres únicos dotados de un centro propio (seres dotados de una forma de ser y con una actividad creadora inherente a cada uno de ellos), nace aquella unidad característica, tensa y activa, sólida y rica en posibilidades internas, unidad que es llamada comunidad.

El individuo cristiano no se junta con otros en un segundo momento para constituir una comunidad. Su existencia comunitaria no surge de un pacto suyo con los otros hombres. No son personas los que, por naturaleza, no se interesan por los otros y sólo celebran un contrato en el cual cada uno cede una parte de lo que le es propio, para que, por medio de tal concesión, pueda salvar todo cuanto le sea posible. El individuo cristiano se sostiene originariamente y por esencia en la comunidad, con todo su ser. La mera aglomeración de individuos sólo da como resultado una masa; cuando muchos se unen, mediante un mero contrato, para un fin específico, sólo surge una asociación. Por el contrario, una comunidad no puede ser creada por el individuo, sino que ella existe, es una realidad supraindividual, aunque pueda ser muy complicado concebirla precisamente como tal...

El concepto católico de la persona como individuo se distingue del postulado por el individualismo, no sólo por un mayor o menor debilitamiento gradual de éste, sino, por esencia, porque la persona que se afirma en sí misma se sabe al mismo tiempo, con toda su riqueza propia y específica, como miembro de la comunidad, en este caso, de la Iglesia. Justamente su comunidad no es una mera corrección cristiana del poder absoluto de la totalidad; en esencia, es otra cosa, pues la comunidad se sabe constituida por personas individuales, cada una de las cuales constituye un mundo cerrado en sí mismo, de características propias y únicas en su género" (Guardini, R., El sentido de la Iglesia, Buenos Aires 2010, pp. 34-37).

Esta vinculación de lo personal en lo eclesial, y de la Iglesia en cada alma, debería suscitar un gran sentido de Iglesia, un amor a ella a la vez que un sentido de responsabilidad de aportar a la Comunidad eclesial cuanto soy, potenciándola, reforzándola. Así la Iglesia se concreta en cada alma que recibe una nueva configuración: en palabras de Orígenes, "anima ecclesiastica".

"La auténtica visión cristiana sobre la comunidad y el individuo no proviene de principios desligados de la realidad o de hipótesis extrañas, sino que tiene su origen en la totalidad de la vida real comprendida sin prejuicios. La existencia humana se vive como persona y como comunidad al mismo tiempo. Ambas cosas no están desligadas; más bien la comunidad está presente ya en germen en el individuo, del mismo modo que éste ya está necesariamente incluido en la comunidad, sin que la relativa condición específica de cada una de las formas originarias de la vida sea afectada por eso...

La comunidad que es la Iglesia está vinculada esencialmente al individuo, y éste está sujeto a la comunidad, y los dos juntos constituyen la vida nueva... El gran acontecimiento del cristianismo -la vida nueva- sólo se realiza como Iglesia y como individuo, tanto aquélla como éste claramente definidos en sí mismos, pero, a la vez, en relación recíproca. No es posible la Iglesia, si cada uno de los creyentes no es un mundo interior apoyado en sí mismo, sólo consigo mismo y con Dios. No hay individuo cristiano que no se afirme en sí mismo como miembro viviente de la comunidad eclesial. El alma poseída por la Gracia Divina, y no existe antes que la Iglesia, como en los casos donde existen individuos aislados que se unen más tarde en una alianza. Quien concibe de este modo al individuo, no ha captado lo esencial del cristiano como persona. No existe la Iglesia, si ella absorbe en sí al individuo, si éste tiene que esforzarse para alejarse de ella para poder llegar a ser él mismo. Quien piensa así no sabe lo que es la Iglesia. En tanto digo "Iglesia", también digo "persona" y cuando hablo del mundo interior del cristiano, de inmediato se hace presente el universo de la comunidad cristiana...

Ambas son necesarias: la Iglesia y la persona; ambas son causa originaria, por lo que ninguna de ellas puede ser sometida a la otra" (Id., pp. 37-38).

La consecuencia final: sentir con la Iglesia, sentir la Iglesia en el propio corazón, sentirla en el alma y vivirla con intensidad. Así se podría concluir esta catequesis:

"Como consecuencia de todo lo dicho hasta aquí, resulta claro que el cristiano, como individuo, ha de mantener, en su ser íntimo más profundo, su vínculo con la Iglesia y, para la Iglesia, muchísimas cosas dependen de la situación en que se halla el cristiano en cuanto individuo. Lo que afecta  la Iglesia me afecta a mí... La Iglesia no depende del estado en que se encuentran los hombres individualmente considerados. Si así fuera, ella no sería algo real y objetivo. Todo lo dicho hasta ahora subraya justamente lo contrario. El crecimiento pleno y concreto de la Iglesia depende siempre del grado en que el individuo es lo que debe ser según la voluntad de Dios; es decir, una persona individual desarrollada en la única forma posible, determinada y exigida por Dios" (Id., p. 39).

1 comentario:

  1. Un perfecto análisis de la relación entre la Iglesia y el cristiano.

    El Señor ha resucitado del sepulcro. Aleluya. Aleluya (del Responsorio breve de Laudes).

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