sábado, 26 de diciembre de 2015

"Puer natus nobis" (teología de la Navidad)



“Puer natus est nobis”: “Un niño nos ha nacido” (Is 9,5). “Hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” se cantó en el salmo responsorial de la Misa de medianoche. Aquí llega y se ofrece a la Iglesia el Misterio fascinante y estremecedor de la Navidad, para su celebración, su contemplación, su gozo, su deleite. Bajo la forma oculta y velada, bajo el signo de un Niño recién nacido y envuelto en pañales, se oculta la Belleza de Dios, el mismo Dios. 



La Belleza elige la vía de la sencillez en las formas para darse a los hombres, mostrando así su esplendor. La divinidad entra en la historia de los hombres haciéndose hombre, Jesucristo, igual en todo a nosotros, excepto en el pecado que desdice y desfigura la Hermosura divina. En Belén, pequeña aldea, en un pesebre, se produce la manifestación de la Bondad y Belleza divinas, de la condescendencia misericordiosa de nuestro Dios, “visitándonos el Sol que nace de lo alto” (Lc 1,78).

“La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (Jn 1,14). Dios entra en la humanidad desde lo humano mismo; la Palabra creadora y eficaz de Dios toma carne, asume la humanidad, se producen los esponsales de la humanidad y la divinidad, ya indisolubles para siempre, y así Dios sale al encuentro del hombre para abrazarlo con ternura, envolverlo con su misericordia, curar sus heridas, hacerle partícipe de su divinidad. 

Sí. ¡Dios sale al hombre del hombre! ¡Paradojas divinas!: el Eterno entra en el tiempo, el Inmutable se hace pasible, el Infinito se torna mortal, el Inabarcable toma carne, por obra del Espíritu, en el seno virginal de Santa María, Dios se hace hombre para que el hombre se haga Dios. “¡Admirable intercambio!” cantará una y otra vez la liturgia navideña, y así, “conociendo a Dios visiblemente, Él nos lleve al amor de lo invisible” (cf. Prefacio de Navidad I).

Resulta, pues, la Encarnación el inicio del Misterio Pascual del Señor, el eje de comprensión del misterio cristiano: no es el resultado de una conquista del Absoluto por el hombre y de una consumación natural de la historia del mundo, sino del amor condescendiente y humillado de Dios; el amor de Dios precede, suscita y funda la gloria del hombre. “La Gloria de Dios es la vida del hombre, y la vida del hombre es la visión de Dios” (S. Ireneo). Se ha llegado a la plenitud de los tiempos (cf. Gal 4,4) por el Hijo encarnado; la humanidad queda redimida y elevada, según el designio salvador de Dios: “Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para ser santos e irreprochables ante Él por el amor” (Ef 1,4). 


Desde la eternidad, Dios pensó en el hombre, en cada hombre, para que participase de su vida divina de comunión y amor: la creación posibilita este plan amoroso de Dios. No viene esta sobrenatural elevación a añadirse a nuestra naturaleza caduca, humana y mortal, sino más bien, Dios crea pensando previamente en llamar a todo hombre a su vida de amor. Todo este misterio, tremendo y profundo, se realiza por la Encarnación del Verbo. 

La humanidad encuentra su plenitud en Cristo; el hombre encuentra en Cristo a su Señor y Salvador; los interrogantes más profundos de la existencia humana encuentran en Jesucristo respuesta, luz, sentido, revelación; de ahí que la Iglesia valore y potencie lo verdaderamente humano llamado a ser divinizado; ame al hombre; sea la misma Iglesia, “experta en humanidad”, y hoy, siguiendo el magisterio de Juan Pablo II, descubra en el hombre el “camino de la Iglesia” (Redemptor Hominis 14) y promueva una nueva evangelización (cf. Redemptoris Missio 2.3.20.33. etc.), ya que ésta “constituye el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada hombre y a la humanidad entera en el mundo actual, el cual está conociendo grandes conquistas, pero parece haber perdido el sentido de las realidades últimas y de la misma existencia” (RMs 2).

“Y vio Dios todo lo que había hecho y era muy bello (kalós)”. La belleza de la Encarnación, Cristo Jesús, Palabra eterna y definitiva hecha carne; modelo perfecto, humanidad plena y glorificada por la Pascua: el misterio que es Cristo se ofrece a todo hombre: “El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado... En él la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado” (GS 22).

El misterio de la Natividad del Señor es comunicado hoy a la Iglesia y celebrado en la liturgia navideña, acción de Cristo y de su Iglesia, salpicado de diversas fiestas: Natividad, Sagrada Familia, Santa María Madre de Dios, Epifanía y Bautismo del Señor. Esta liturgia navideña comienza a celebrarse el 25 de Diciembre ya en el siglo IV según testimonio de los Padres, con una profundidad y grave solemnidad que se puede degustar, por ejemplo, en los sermones de San León Magno, con una clara significatividad pascual. Se cantarán una y otra vez el grupo de salmos que toda la historia de la liturgia ha privilegiado para el ciclo navideño: 2, 18, 44, 88, 92, 97, 109, 129, y constantemente la Iglesia mirará a Santa María en su maternidad divina celebrando su fiesta el 1 de Enero, al concluir la Octava de Navidad, la fiesta más antigua -en rito romano- de la Stma. Virgen. 

Y se cantará, vibrando el corazón, el antiquísimo himno “Gloria a Dios en el cielo”, que se compuso para ser cantado, durante siglos, sólo en el ciclo de Navidad. Así enriquecida la liturgia, la Iglesia, adorante, celebra la Natividad del Señor. ¡¡Dios sale al encuentro del hombre!! ¡Cristo es el Redentor del hombre, su único Salvador! “Puer natus est nobis”. “¡Qué admirable intercambio! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de una virgen y, hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad” (Ant. 1ª Vísp., Sta. María). 

“Oh Dios, que de modo admirable has creado al hombre a tu imagen y semejanza, y de un modo más admirable todavía restableciste su dignidad por Jesucristo, concédenos compartir la vida divina de aquel que hoy se ha dignado compartir con el hombre la condición humana” (Or. Colecta, 25 Diciembre).




1 comentario:

  1. Para que la Navidad no se reduzca a una mera evocación cultural, acompañada por una sensación de romanticismo, sin consecuencias prácticas para nuestra vida, hay que profundizar en su origen y significado. La Navidad no es una simple fiesta de cumpleaños. La Navidad es algo más profundo, porque supone la entrada de Dios en nuestra historia. En este sentido, la Navidad no es solo recuerdo, sino también una presencia, ya que Jesucristo ha entrado en nuestra historia y se ha quedado para siempre con nosotros. La Congregación para el Culto Divino dice que lo propio de este tiempo es la manifestación de la identidad y de la misión del Señor, que se revela en los diversos acontecimientos que se conmemoran en esos días: «En el tiempo de Navidad, la Iglesia celebra el misterio de la manifestación del Señor: su humilde nacimiento en Belén, anunciado a los pastores, primicia de Israel que acoge al Salvador; la manifestación a los Magos, “venidos de Oriente”, primicia de los gentiles, que en Jesús recién nacido reconocen y adoran al Cristo Mesías; la teofanía en el río Jordán, donde Jesús fue proclamado por el Padre “Hijo predilecto”.

    Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad de nosotros (del Responsorio breve de Laudes).

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