miércoles, 9 de diciembre de 2015

Algo de los orígenes del Adviento



Adviento es un tiempo litúrgico entrañable, lleno de esperanza. Sirve para prepararnos a la segunda venida de Cristo al final de los tiempos (¡y que nos pille despiertos en la vida!) y para prepararnos también a la inmediata Navidad, memoria y celebración de su primera venida.



            La palabra “Adviento” –viene del latín- significa “venida”, “la llegada”. Pero la venida y la llegada de Alguien grande, importante, que todo el mundo sale a recibir y aplaudir: como al Emperador romano o a un general con sus legiones después de ganar batallas importantes. ¡Con razón llamamos “Adviento” a la venida de Alguien más grande y mejor: Jesucristo!

            El Adviento comenzó a finales del siglo IV en España y Galia que seguían el rito hispano-mozárabe, y duraba seis semanas. También en Milán, con el rito ambrosiano, surgió un Adviento de seis semanas (así dura hasta hoy). 


En Roma se adoptó igualmente. Pero Roma redujo el Adviento de VI semanas a IV, a propuesta de S. Gregorio Magno. Estamos en los siglos VI-VII.

En España, en Galia y en Milán, el Adviento era tiempo penitencial, ascético, de ayuno riguroso. Pero Roma concentró todo lo penitencial en la Cuaresma y se centró en el recuerdo de la segunda y definitiva venida de Cristo en la preparación para la Navidad. Así hasta hoy.

1 comentario:

  1. En este tiempo es muy característico pensar: ¿cómo vamos a celebrar la Nochebuena y el día de Navidad? ¿Con quien vamos a disfrutar estas fiestas? ¿Qué vamos a regalar? Pero todo este ajetreo no tiene sentido si no consideramos que Cristo es el festejado a quien tenemos que acompañar y agasajar en este día. Cristo quiere que le demos lo más preciado que tenemos: nuestra propia vida; por lo que el período de Adviento nos sirve para preparar ese regalo que Jesús quiere, es decir, el adviento es un tiempo para tomar conciencia de lo que vamos a celebrar, la venida de Jesús en pasado, presente y futuro, y, por tanto, tiempo de preparación espiritual.

    Nuestra gloria, oh Cristo, es alabarte; visítanos, pues, con tu salvación (de las preces de Laudes).

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