domingo, 26 de julio de 2015

Iniciación a la contemplación

"Hay ahí algo [en Dios] en que nuestro espíritu y nuestro corazón pueden reposar, cuando tanto sufrimos al hallar por doquiera limitaciones, insuficiencias, imperfecciones.

El hecho de que existe ya esa soberana perfección, por consiguiente de que se da en Dios esa plenitud, el hecho de que la verdad sea precisamente esa plenitud y no la apariencia exterior de las cosas, a cuyo nivel viven la mayoría de los hombres, ayuda a nuestra contemplación a abismarse en el océano del ser, en el abismo de la vida divina. La esencia de la contemplación consiste en que progresiva y silenciosamente se convierte para nosotros en algo más real esa inmensidad de la realidad divina. Y que inversamente todo ese polvo de apariencias se vaya despojando poco a poco de la consistencia que nosotros le damos.

Se puede afirmar que la contemplación es el hecho de una atención silenciosa que nos hace ahondar en la realidad, mientras que la agitación exterior de nuestra alma nos mantiene en la superficie de las cosas. Porque la realidad es exactamente esa plenitud de Dios, esa plenitud por la que todo existe en él y se basta, esa plenitud que es la misma vida trinitaria. 

De ese modo quiero decir que el Padre se comunica totalmente al Hijo, de suerte que comunica al Hijo la totalidad de lo que tiene y que agota por lo tanto en el Hijo la posibilidad de amar, que se complace en el Hijo con una complacencia infinita, porque el Hijo es su imagen perfecta, la imagen perfecta de su perfección. He aquí una cosa a la vez misteriosa y admirable el que esa total plenitud de Dios, sin dividirse, es poseída conjuntamente por las tres Personas. Aquí radica todo el misterio, a la vez, de la unidad y de la trinidad en Dios. En estas materias debemos penetrar silenciosamente, porque encierran un alimento profundo para nuestra fe, que se introduce poco a poco en la realidad de la vida divina y de sus características.

En el Hijo, el Padre da todo lo que tiene que dar, agota así sus posibilidades de amar. Y esta sobreabundancia de su amor se expresa en la vida del Espíritu que es la plenitud de la Trinidad, el pléroma, de tal manera que en esta comunicación que es la vida del Espíritu, que une el Padre y el Hijo, culmina de algún modo y se resume completamente en sí misma la vida trinitaria.

Se puede decir que el movimiento de la Trinidad es ante todo un movimiento de comunicación en el Hijo y a continuación de recogerse en el Espíritu, y que el ritmo mismo de la vida trinitaria se realiza a la vez con este doble movimiento de donación y de retorno. Este retorno explica cómo esa vida se basta completamente y se consuma en sí misma sin necesidad de salir fuera.

Es importante entrever estas cosas porque, en la medida en que nuestra vida sea una vida trinitaria y nos haga partícipes de la vida trinitaria, en ella encontraremos esos grandes rasgos. Esa vida trinitaria será a la vez una vida que nos arrojará fuera hacia los demás y que sin embargo, al mismo tiempo, nos recogerá en nosotros mismos mediante esa suficiencia de Dios. Será todo lo contrario de una inquietud y de una agitación, pero su obra deberá ser la sobreabundancia de una plenitud y no una enajenación de nosotros mismos. Consistirá también en la participación de la vida de Dios que une esa total suficiencia en sí mismo a la comunicación perfecta que las Personas divinas se hacen de la una a la otra. Aquí viene en última instancia a repercutir todo, así como de ahí todo procede"

(DANIELOU, J., La Trinidad y el misterio de la existencia, Madrid 1969, pp. 62-64).

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