sábado, 17 de mayo de 2014

Los dones y gracias pascuales (Preces de Laudes de Pascua - V)



La santa Pascua de Cristo, gozosa, feliz, comunica sus bienes a los bautizados, a los que enriquece constantemente con toda gracia. Es un tiempo bienaventurado en el cual la vida resucitada del Señor se expande a las almas cristianas.



            Se mira al cielo, adonde está Cristo, y ya se desean bienes superiores, mayores, que no meramente terrenos. Así se implora gracia para que el pecado no nos atraiga, ni la concupiscencia nos arrastre, sino que vivamos orientados: “Tú que quieres que busquemos los bienes de allá arriba, donde está Cristo sentado a tu derecha, líbranos de la seducción del pecado” (Dom Octava). Es la renovación absoluta, en gracia y en verdad; la Pascua renueva y se celebra de otro modo, viviendo santamente: “Haz, Señor, que quitemos la levadura vieja de la corrupción y de la maldad, para que vivamos la Pascua de Cristo con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad” (Mart II).

            Destaca de modo particular el don de la alegría como fruto permanente de la Pascua, ya prometida y anunciada por Jesús. Es la alegría de la Vida de Cristo, la alegría del Espíritu, la alegría colmada, aquella alegría que es participación en el Corazón insondable de Cristo y que nos transfigura. Cristo es nuestra alegría verdadera: “Sé tú mismo, Señor, nuestra alegría, la que nadie puede quitarnos, y haz que, alejados de toda tristeza, fruto del pecado, tengamos hambre de poseer tu vida eterna” (Sab II). El cristiano vive alegre en el Señor, una alegría transfigurada, y con esa alegría interior y firme ofrece todo y se entrega por completo a Dios: “Hijo del Padre, maestro y hermano nuestro, tú que has hecho de nosotros un pueblo de reyes y sacerdotes, enséñanos a ofrecer con alegría nuestro sacrificio de alabanza” (Dom III).



            La resurrección de Cristo y sus apariciones hacían nacer la alegría a cuantos lo veían, a cuantos estaban con Él. La alegría es sello verdadero de la Pascua: “Tú que llenaste de confusión a los que custodiaban tu sepulcro y alegraste a los discípulos con tus apariciones, llena de gozo a cuantos te sirven” (Lun III). Cristo, “en tu resurrección anunciaste la alegría a las mujeres y a los apóstoles” (Mart III). Todo lo transforma, de muerte a vida, de tiniebla a luz, de tristeza a alegría: “Tú que, habiendo padecido mucho, has entrado ya en la gloria del Padre, convierte en gozo la tristeza de los afligidos” (Sab III).

            Cristo prometió a los suyos el don de la paz, fruto del Espíritu, y que es una paz distinta a la falsa y fugaz paz que da el mundo. La paz del Salvador es firme, basada en la verdad y la justicia. “Tú que diste la paz a los apóstoles, concédela también a todos los hombres del mundo” (Vier III). La paz y la alegría son señas inconfundibles de su Presencia y acción: “Tú que concedes paz y alegría a todos los que creen en ti, danos el vivir como hijos de la luz mientras nos alegramos de tu victoria” (Sab III); “colma nuestra fe de alegría y de paz, para que, con la fuerza del Espíritu Santo, desbordemos de esperanza” (Lun VII). La paz de Cristo actúa en los corazones generando relaciones nuevas. Su paz permite que la paz se extienda entre los hombres: “Tú que eres compasivo y misericordioso, concédenos estar en paz con todo el mundo” (Mart VII). 

Junto a los dones que Cristo nos concede, está el mayor Don, que es Cristo mismo y su Presencia; permanece con nosotros, sigue a nuestro lado: “Tú que prometiste estar con tus discípulos hasta el fin del mundo, quédate hoy con nosotros y sé siempre nuestro compañero” (Mart III). Se le pide a Cristo su presencia y así permanezcamos en Él y Él en nosotros: “Señor Jesús, vencedor del pecado y de la muerte, permanece en medio de nosotros, tú que vives por los siglos de los siglos” (Juev III).

4 comentarios:

  1. La paz y la alegría del Salvador es firme,” basada en la verdad y la justicia”, en ajustarse al plan de Dios tal y como nos lo enseñó Cristo.

    A ese respecto, me ha resultado gratificante que en las homilías diarias recientes, tanto mi párroco como el joven sacerdote que es vicario parroquial, hayan exhortado a que cada uno de nosotros leamos despacio en nuestras casas, entendiéndolos (preguntando o estudiando lo que no se entienda), entablándo un diálogo con los textos, haciéndolos carne, los Evangelios.

    Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios. Aleluya (de las antífonas de Laudes)

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    1. Matizo: orar, leer, releer y preguntarle, no sólo a los textos bíblicos, sino también a los litúrgicos, tan desconocidos, tan poco aprovechados...

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  2. La acción de la GRACIA Es una realidad tan contundente y tan real, como ninguna otra cosa en la vida del creyente, en la relación personal con CRISTO. Da vida, convierte y santifica. Alabado sea DIOS.

    Sigo rezando. DIOS les bendiga.

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    1. Sí. Por eso san Agustín definía al hombre como "un mendigo de la gracia".

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