jueves, 10 de abril de 2014

Pensamientos de San Agustín (XXV)

A medida que amemos más el Acontecimiento cristiano, más querremos conocerlo y profundizar en él; y a la vez, lo que ya conocemos del Misterio suscita un amor que crece.

El deseo de conocer y de amar se entrecruzan y ambos han de ser satisfechos. Para eso nada mejor que adentrarnos en la doctrina de los grandes maestros, siempre fecunda y luminosa, que nos permitirán conocer mejor la Verdad y amarla con mayor intensidad.

San Agustín, ¡qué duda cabe!, está entre los grandes maestros a los que debemos acudir.

El amor de Dios, el amor al prójimo y el amor a uno mismo, están estrechamente vinculados, aunque, tal vez, nos pueda faltar el orden en el amor (el ordo amoris). Amando a Dios, que es el primero, se puede amar de verdad tanto al prójimo como amar ordenadamente a sí mismo.
No sé por qué motivo inexplicable, quien se ama a sí mismo y no ama a Dios, no se ama a sí mismo; y, en cambio, quien ama a Dios y no se ama a sí mismo, se ama a si mismo (San Agustín, In Ioh. ev. 123,5).
A veces nos justificamos en nuestra pereza diciendo que imitar al Señor es difícil o pensando que Él, que era Dios, realmente era 'menos hombre' y jugaba con ventaja: un disparate evidente sobre la Encarnación. Pero si incluso nos pareciera difícil imitar al Señor, bien podemos imitar a nuestros hermanos los santos y a las personas santas a las que conocemos.
Si eres perezoso para imitar al Señor, imita a tu consiervo. Delante de ti ha pasado un ejército de siervos; los perezosos ya no tienen excusa (San Agustín, Serm. 325,1)
La alabanza a Dios no se limita a la lengua, es decir, a proferir alabanzas y cantos al Señor, sino que también incluye nuestras obras concretas, nuestra actuación. Nuestra vida toda, igualmente, debe ser una alabanza constante al Señor.
Si se aclama únicamente con la voz, no se aclama bien, porque están ociosas las manos; si sólo con las manos, tampoco se aclama bien, porque queda muda la lengua. Obren a una la lengua y las manos. Estas obren, aquélla confiese (San Agustín, Enar. in ps. 46,3).
¿Cuándo descansamos? Únicamente cuando nos sentimos amados y el corazón se apacigua en una experiencia de amor. De ahí que el verdadero descanso, el que corresponde a nuestro ser por entero, no es, sin más, una experiencia de amor humana, siempre frágil, sino el descanso en el amor de Dios.
Ni el alma puede descansar sino en aquello que ama. No se le dará el descanso eterno sino en el amor de Dios, que es el único eterno (San Agustín, Serm. 33,3)
La lectura de la Palabra de Dios se plantea muchas veces como un reto a nuestro entendimiento. Algunas cosas, más claras, las comprendemos, nos iluminan y consuelan; pero otras, más difíciles, nos hacen buscar su sentido, ejercitarnos en la meditación, luchar por hallar lo que está escondido.
Nuestro Dios ha dispuesto por el Espíritu Santo de tal modo los libros divinos para la salvación de las almas, que no solamente nos quiere alimentar con lo que está claro, sino también ejercitar con lo que es oscuro (San Agustín, Ochenta Cuestiones 53,2).
Y para estar firmes en la fe, tenemos la autoridad divina de la Escritura. En ella nos cimentamos y así el edificio teologal de nuestra vida (fe, esperanza, caridad) se mantiene sólido.
Se tambaleará la fe si comienza a vacilar la autoridad de la divina Escritura, y si se tambalea la fe, la caridad languidece. Todo el que se aparta de la fe se aleja de la caridad; porque no puede amar lo que no cree que existe (San Agustín, De doc. chr. 1,37,41).
Cuando Cristo afirma que Él es el Camino -¡no hay otro!- nos ofrece una gran esperanza. Podemos llegar allí donde queremos, al Padre, y la esperanza florece cada mañana.
Si entre quien se dirige y el lugar a que se dirige hay un Camino, existe la esperanza de llegar (San Agustín, La Ciudad de Dios 11,2).
La igualdad y la justicia, palabras tan manoseadas, mantienen un equilibrio entre ellas, y nada tienen que ver con el igualitarismo donde a los diferentes se les quiere aplicar el mismo rasero, normalmente haciendo media por lo bajo, no promoviendo la excelencia sino generando mediocridad.
Según mi parecer, no llamamos justicia a otra cosa que a la equidad, y esta palabra trae su origen de igualdad. Pero ¿y en qué consiste la equidad en esta virtud, sino en dar a cada uno lo suyo? Ahora bien, no se puede dar a cada uno lo suyo si no hay distinción (San Agustín. tratado sobre la Dimensión del Alma 9,15).
Una rápida alusión a los malos cristianos nos puede hacer ver la gravedad de un cristianismo mediocre o contemporizador con el mundo y sus planteamientos secularizados.
Los falsos cristianos se apartan de la salud, de tal suerte que nada les aprovecha, no porque ciertamente sean ya buenos, sino porque son malos a medias (San Agustín, Enar. in ps. 25,2,14).
San Agustín emplea una expresión significativa: el "clamor del corazón". Éste es el compás y ritmo de la oración, de la liturgia celebrada y de cada uno de los momentos de nuestra vida. El "clamor del corazón" acompaña la súplica, la petición y la alabanza.
El clamor del corazón es un pensamiento vehemente que, cuando se da en la oración, expresa el gran afecto del que ora y pide, de suerte que no desconfía de conseguir lo que pide (San Agustín, Enar. in ps. 118,29,1).
Un fundamento sólido de la amistad es que esté anclada en la amistad fiel e ininterrumpida de Cristo.
Pues ¿ qué otra cosa es la amistad, que trae su nombre de amor y que nunca es fiel sino en Cristo, en quien únicamente, además, puede ser eterna y dichosa? (San Agustín, Contra dos cartas de los pelagianos 1,1,1).
El método cristiano, a partir de la creación y también de la Encarnación, es que de lo visible pasamos a lo invisible; de lo que vemos a lo que no vemos; de las cosas visibles y concretas pasamos a la analogía de las realidades invisibles y eternas. Ya lo dice el prefacio I de Navidad: "para que conociendo a Dios visiblemente Él nos lleve al amor de lo invisible". 

Las oportunas semejanzas llevan siempre de las cosas visibles a las invisibles (San Agustín, Ep. 55,5.8).

Una definición de caridad de quien es llamado Doctor de la caridad, y con cuánta razón:
Llamo caridad al movimiento del alma que nos conduce a gozar de Dios por él mismo, y de nosotros y del prójimo por Dios (San Agustín, De doc. chr. 3,10,16).
La educación cristiana conduce también a una recta relación con los bienes, con aquello que poseemos, y que hemos de utilizar siempre para el bien; también nos educa para que, no teniendo, no nos consumamos en la ambición de buscar y acaparar, sino vivir libres.
Si tenéis bienes, haced el bien con ellos; si no los poseéis, no os abrase la ambición. Enviadlos, hacedlos llevar delante de vosotros; trasladad lo que tenéis aquí al lugar donde habéis de disfrutar de seguridad (San Agustín, Serm. 311,15).
Por el bautismo y la Confirmación, Dios ha hecho de cada uno de nosotros sacerdotes que pueden orar en su corazón, interceder y ofrecer sacrificios. ¿Cuál es la materia del sacrificio? ¿Qué habremos de ofrecer a Dios como culto en Espíritu y en Verdad? Habremos de ofrecernos -cada día, en las Laudes- a nosotros mismos con Cristo y ofrecer aquello que hagamos y trabajemos.
Buscabas qué ofrecer por ti. Ofrécete a ti mismo. ¿Qué es lo que el Señor requiere de ti, sino a ti mismo? No hizo criatura alguna terrena mejor que tú. Te reclama a ti mismo, puesto que te habías perdido a ti mismo (San Agustín, Serm. 48,1).
Dios es un gran pedagogo, que sabe educarnos pacientemente. Entre su pedagogía divina, está el hacernos ver lo que nosotros no vemos y tenemos, como es, por ejemplo, el amor propio. No creemos tenerlo, pero para erradicarlo, Dios nos lo hace ver.
La fuerza del propio amor se le oculta al hombre, si Dios no se la da a conocer a través de una prueba suya (San Agustín, Cuestiones sobre el Heptateuco 1,57).

6 comentarios:

  1. He abierto el blog y ya no he podido desengancharme. Se necesita tiempo para leer, releer y saborear esta entrada, y exclamar: ¡Bravo! Inspirado san Agustín e inspirado el autor de la entrada.

    ¡Qué buen comienzo! El amor aumenta el deseo de conocer y el conocer aumenta el amor ya que: "para que conociendo a Dios visiblemente Él nos lleve al amor de lo invisible". Tiene razón al decir que a veces nos justificamos en nuestra pereza disfrazándola de piedad; y lo dice una perezosa congénita que no ha podido ejercer. La pereza después de Cristo ya no tiene excusa, todo lo que somos y todo lo que podemos llegar a ser para alabanza y gloria del Señor, porque nuestro sacrificio (hacer sagrado) es ofrecernos nosotros mismos, sin reservarnos nada, a Cristo y al Padre con Cristo (“Por Él, con Él y en Él”) ya que Él se ofreció entero al Padre. No poner en primer lugar a Dios lleva a la mediocridad; olvidar la naturaleza divina o la humana de Cristo imposibilita la evangelización y crea un Jesús de Nazaret a nuestra medida.

    Cómo no ser amiga de quien dice: La lectura de la Palabra de Dios se plantea muchas veces como un reto a nuestro entendimiento…, nos hacen buscar su sentido, ejercitarnos en la meditación, luchar por hallar lo que está escondido. Firmes en la fe, por la autoridad divina de la Escritura porque la Palabra tiene poder y su poder nos cura.

    El análisis de justicia, equidad e igualdad, sintetizado en pocas palabras (no como “otras”), es tan certero, que “temo” que su amistad con tanto jurista católico nos deje en mal lugar, ja.ja,ja.

    Qué expresión más “redonda”, más completa. “El clamor del corazón”. Dos palabras muy poderosas: clamor, grito; corazón, lo más profundo del hombre, el núcleo de su decisión. ¡Cómo no querer a este gran santo! Necesitaríamos días y días para meditar su gran sabiduría.

    Contrataría un helicóptero que escribiera por todo el espacio aéreo español la definición de caridad de san Agustín. La advertencia sobre “el amor propio” es genial; esencial en el sacerdote saber corregir.

    Hoy está totalmente justificada mi extensión. Dos de los bellos pensamientos de la entrada, convertidos en oración: La esperanza florece cada mañana en Cristo porque Él es el camino. Un fundamento sólido de la amistad es que esté anclada en la amistad fiel e ininterrumpida de Cristo.

    ResponderEliminar
  2. El más profundo deseo del interior humano, apenas es consciente. Sin embargo es tan intenso que nada puede aplacarlo, sino es a través de EL. Solo DIOS sacia. Mientras tanto, como si fuéramos pollos sin cabeza, andamos sin cabeza y desnortados; con una infelicidad permanente, que apenas percibimos, porque nos dedicamos a distraerla, con cualquier cosa. Sin duda, debe ser divertido. DIOS está pegado a nosotros, y nosotros buscando la felicidad a través de cualquier cosa. Tenemos la felicidad insertada en nuestro ser, que es NUESTRO CREADOR, y nosotros, permanentemente infelices. Sigo rezando. DIOS les bendiga.

    ResponderEliminar
  3. Cuanto bien nos repara repasar las páginas escritas por este gran santo. Ojalá el Señor nos inspirara el 1% de tanta sabiduría. Que Dios le bendiga D. Javier :D

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Graciela Rodriguez02 abril, 2018 05:02

      Riquisimo de verdad !!
      Gracias Padre Javier.

      Eliminar
  4. D Javier...siempre me hará disfrutar con S Agustin.....que prodigio de hombre de Dios....y cuantisimo disfruté con sus Confesiones!! parece que las escribiera ayer mismo!!

    ResponderEliminar
  5. Hay dos frase de San Agustin que me encantan:

    1.Reza como si todo dependiera de Dios. Trabaja como si todo dependiera de ti.

    2.La medida del amor es amar sin medida.

    ResponderEliminar