domingo, 12 de enero de 2014

Bautismo: padres y padrinos

En el sacramento del Bautismo de los párvulos -los niños-, es fundamental la misión de padres y padrinos. Durante la celebración litúrgica se expresa en distintos momentos y se les exhorta a que sean "educadores de la fe", se les pide el compromiso de "educar según la ley de Cristo y de su Iglesia", se pide por ellos para que desempeñen esa misión.


El sacramento del Bautismo es grande y hermoso: se perdona el pecado, se otorga la filiación divina, se convierte en miembro de la Iglesia, se infunden las virtudes teologales. Para que llegue a su pleno desarrollo la gracia bautismal, es imprescindible la educación en la fe y el acompañamiento. Los padres presentan a sus hijos a la Iglesia el bautismo, sabedores de que esto forma parte de su vocación de padres y colaboran en el crecimiento de la fe de sus hijos; los padrinos, que ya han recorrido su propia iniciación cristiana incluido el sacramento de la Confirmación son una ayuda eficaz, y en ocasiones, una suplencia, para que el bautizado sea educado en la fe en la que ha sido bautizado.

Estas tareas demuestran un importante valor del apostolado seglar: la transmisión y vivencia de la fe en el hogar, como Iglesia doméstica y primer santuario. Abdicar de la educación cristiana de los hijos es traicionar la dimensión profunda de la paternidad/maternidad; considerar el bautismo como una ceremonia obligada, o una tradición cultural, es desperdiciar la ocasión y el paso de Dios.

Cada año, con la fiesta del Bautismo del Señor, el Santo Padre nos regala homilías magníficas sobre el sacramento del Bautismo y lo que gira en torno a él. En esta ocasión, centrémonos con su homilía en la misión educativa de los padres y de los padrinos.


"Habéis venido —lo habéis dicho en voz alta— para que vuestros hijos recién nacidos reciban el don de la gracia de Dios, la semilla de la vida eterna. Vosotros, los padres, lo habéis querido. Habéis pensado en el bautismo incluso antes de que vuestro niño o vuestra niña fuera dado a luz. Vuestra responsabilidad de padres cristianos os hizo pensar enseguida en el sacramento que marca la entrada en la vida divina, en la comunidad de la Iglesia. Podemos decir que ésta ha sido vuestra primera elección educativa como testigos de la fe respecto a vuestros hijos: ¡la elección es fundamental!

La misión de los padres, ayudados por el padrino y la madrina, es educar al hijo o la hija. Educar es comprometedor; a veces es arduo para nuestras capacidades humanas, siempre limitadas. Pero educar se convierte en una maravillosa misión si se la realiza en colaboración con Dios, que es el primer y verdadero educador de cada ser humano.


En la primera lectura que hemos escuchado, tomada del libro del profeta Isaías, Dios se dirige a su pueblo precisamente como un educador. Advierte a los israelitas del peligro de buscar calmar su sed y su hambre en las fuentes equivocadas: «¿Por qué —dice— gastar dinero en lo que no alimenta, y el salario en lo que no da hartura?» (Is 55, 2). Dios quiere darnos cosas buenas para beber y comer, cosas que nos beneficien; mientras que a veces nosotros usamos mal nuestros recursos, los usamos para cosas que no sirven o que, incluso, son nocivas. Dios quiere darnos sobre todo a sí mismo y su Palabra: sabe que, alejándonos de él, muy pronto nos encontraremos en dificultades, como el hijo pródigo de la parábola, y sobre todo perderemos nuestra dignidad humana. Y por esto nos asegura que él es misericordia infinita, que sus pensamientos y sus caminos no son como los nuestros —¡para suerte nuestra!— y que siempre podemos volver a él, a la casa del Padre. Nos asegura, además, que si acogemos su Palabra, esta traerá buenos frutos a nuestra vida, como la lluvia que riega la tierra (cf. Is 55, 10-11).

A esta palabra que el Señor nos ha dirigido mediante el profeta Isaías, hemos respondido con el estribillo del Salmo: «Sacaremos agua con gozo de las fuentes de la salvación». Como personas adultas, nos hemos comprometido a acudir a las fuentes buenas, por nuestro bien y el de aquellos que han sido confiados a nuestra responsabilidad, en especial vosotros, queridos padres, padrinos y madrinas, por el bien de estos niños. ¿Y cuáles son «las fuentes de la salvación»? Son la Palabra de Dios y los sacramentos. Los adultos son los primeros que deben alimentarse de estas fuentes, para poder guiar a los más jóvenes en su crecimiento. Los padres deben dar mucho, pero para poder dar necesitan a su vez recibir; de lo contrario, se vacían, se secan. Los padres no son la fuente, como tampoco nosotros los sacerdotes somos la fuente: somos más bien como canales, a través de los cuales debe pasar la savia vital del amor de Dios. Si nos separamos de la fuente, seremos los primeros en resentirnos negativamente y ya no seremos capaces de educar a otros. Por esto nos hemos comprometido diciendo: «Sacaremos agua con gozo de las fuentes de la salvación».

Pasemos ahora a la segunda lectura y al Evangelio. Nos dicen que la primera y principal educación se da mediante el testimonio. El Evangelio nos habla de Juan el Bautista. Juan fue un gran educador de sus discípulos, porque los condujo al encuentro con Jesús, del cual dio testimonio. No se exaltó a sí mismo, no quiso tener a sus discípulos vinculados a sí mismo. Y sin embargo Juan era un gran profeta, y su fama era muy grande. Cuando llegó Jesús, retrocedió y lo señaló: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo... Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo» (Mc 1, 7-8). El verdadero educador no vincula a las personas a sí, no es posesivo. Quiere que su hijo, o su discípulo, aprenda a conocer la verdad, y entable con ella una relación personal. El educador cumple su deber a fondo, mantiene una presencia atenta y fiel; pero su objetivo es que el educando escuche la voz de la verdad que habla a su corazón y la siga en un camino personal.

Volvamos ahora al testimonio. En la segunda lectura, el apóstol san Juan escribe: «El Espíritu es quien da testimonio» (1 Jn 5, 6). Se refiere al Espíritu Santo, al Espíritu de Dios, que da testimonio de Jesús, atestiguando que es el Cristo, el Hijo de Dios. Esto se ve también en la escena del bautismo en el río Jordán: el Espíritu Santo desciende sobre Jesús como una paloma para revelar que él es el Hijo Unigénito del Padre eterno (cf. Mc 1, 10). También en su Evangelio, san Juan subraya este aspecto, allí donde Jesús dice a los discípulos: «Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo» (Jn 15, 26-27). Para nosotros esto es confortante en el compromiso de educar en la fe, porque sabemos que no estamos solos y que nuestro testimonio está sostenido por el Espíritu Santo.

Es muy importante para vosotros, padres, y también para los padrinos y las madrinas, creer fuertemente en la presencia y en la acción del Espíritu Santo, invocarlo y acogerlo en vosotros, mediante la oración y los sacramentos. De hecho, es él quien ilumina la mente, caldea el corazón del educador para que sepa transmitir el conocimiento y el amor de Jesús. La oración es la primera condición para educar, porque orando nos ponemos en disposición de dejar a Dios la iniciativa, de confiarle los hijos, a los que conoce antes y mejor que nosotros, y sabe perfectamente cuál es su verdadero bien. Y, al mismo tiempo, cuando oramos nos ponemos a la escucha de las inspiraciones de Dios para hacer bien nuestra parte, que en cualquier caso nos corresponde y debemos realizar. Los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Penitencia, nos permiten realizar la acción educativa en unión con Cristo, en comunión con él y renovados continuamente por su perdón. La oración y los sacramentos nos obtienen aquella luz de verdad gracias a la cual podemos ser al mismo tiempo suaves y fuertes, usar dulzura y firmeza, callar y hablar en el momento adecuado, reprender y corregir de modo justo" (Benedicto XVI, Hom., 8-enero-2012).

5 comentarios:

  1. Bautismo: padres y padrinos. Con alguna frecuencia hay situaciones a las que no se les puede aplicar eso de "padres y padrinos". Se transforman en otra cosa, como por ejemplo: madre, pareja sentimental de la madre, y padrinos. O padrino 1 y padrino 2. Tal vez la realidad en esta cuestión supera con mucho las situaciones que uno pueda imaginar. Confieso que no tengo muy claro si el bautizo de un niño recién nacido, cuando los padres se desentienden del Magisterio de Nuestra Santa Madre la Iglesia, garantiza los compromisos que se adquieren. Tampoco tengo muy claro que configurar pautas generales para casos exóticos, resuelva la cuestión. Tal vez el discernimiento en cada caso pudiera ser una opción más adecuada. La pregunta de "¿Qué haría DIOS en este caso?", se queda sin respuesta. Sigo rezando. DIOS les bendiga.

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  2. La renovacion de las promesas bautismales en la Eucaristia de hoy fue mi primera experiencia, que yo recuerde, en que se usó un formulario extenso que menciona, en las renuncias, a los "complejos" y a las "indiferencias" en general. Veo que Ud hizo una recopilacion de los formularios de renuncias en su artículo del 2 de mayo de 2012, y que estos términos están en el 5 y el 7.

    "Complejos" es un termino estrictamente de la teoria psicoanalitica, usado por Freud y particularmente por Jung. A mi juicio no tiene nada que hacer en una formula liturgica. Si "complejos" apunta al de superioridad, ya está cubierto por la renuncia a "el creeros los mejores, el veros superiores". Si apunta a otros, ¿a cuales? ¿A los de Edipo y Electra?

    Por otro lado, "indiferencias" en general no es algo a lo que hay que renunciar. Es bueno ser indiferente a lo que la sociedad de consumo pretende venderme.

    A mi juicio, el autor de los formularios 5 y 7 de renuncia se pasó de creativo. Pareceria que hubiese olvidado que el Nuevo Testamento contiene varias listas abarcativas de "obras" y "seducciones" a las que renunciar:

    - la provista por el Señor Jesús mismo cuando enseñó que "lo que sale del hombre es lo que hace impuro al hombre" (Mc 7,21-22);

    - las provistas por S. Pablo en Rom 1,29-31, 1 Cor 6,9-10, Gal 5,19-21, Col 3,5-9 y 2 Tim 3,2-5;

    - finalmente, la breve y abarcativa provista por S. Juan en 1 Jn 2,16: "la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas".

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  3. Recien acabo de reparar en otra perlita: "desconfianzas" en general. Seria totalmente insensato renunciar a "desconfianzas" en general.

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  4. No digo nada nuevo al señalar que una de las causas que más han influido en la "apostasía silenciosa" del siglo XX ha sido, sin duda, la falta de trasmisión de la fe de padres a hijos; la falta de trasmisión de la fe en la familia, durante las últimas 4 o 5 generaciones. Lo he visto en los compañeros del colegio de religiosos de mis hijos, en los compañeros de la universidad católica, en los hijos de familiares y amigos.

    Sin quitar la responsabilidad que corresponde a los mismos jóvenes, esta apostasía silenciosa ha sido el resultado de la dejación e incluso del abandono de la fe por el padre y la madre; la fe no vivida no se puede trasmitir porque la fe católica no es un mero conocimiento teórico ni se reduce a cinco “ceremonias oficiales”: bautismo, comunión, confirmación, matrimonio y sepelio. Y, aún siendo cierto que la formación religiosa y espiritual en los colegios de religiosos y en las catequesis parroquiales es lamentable o deja mucho que desear, “echar culpas afuera” no sirve para nada; lo vemos ya en el Génesis.

    Qué hermosos son el himno y las antífonas de la oración de Laudes de hoy: “Mas ¿por qué se ha de lavar a la Pureza, por qué? Porque el bautismo hoy empieza y ha comenzado por él.”

    Sacad aguas con gozo de las fuentes del Salvador.

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  5. Y volviendo a la Nº 7, termino mi intervencion (que les pido disculpen si ha sido molesta) destacando que la renuncia a obras dice:

    "-¿Renunciáis a sus obras, que son: ...". Nótese que dice "que son", no mas modestamente "como pueden ser", como en el caso de la renuncia a seducciones. O sea, el autor de la formula directamente reemplazó las listas de obras en Mc 7,21-22, Rom 1,29-31, 1 Cor 6,9-10, Gal 5,19-21 y Col 3,5-9 por "su" lista, que incluye "indiferencias", "complejos", "tristezas" y "desconfianzas", que no están en ninguna de las listas bíblicas.


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