sábado, 19 de enero de 2013

Grandeza y límite de la ciencia

La ciencia posee la grandeza del conocimiento y por tanto de avanzar, mejorar, progresar, en servicio del hombre; mas posee también su límite, definido por la ética-moral, ya que no todo lo que la ciencia puede hacer es moralmente bueno, y por el objeto mismo de la ciencia, experimentable, verificable, que no puede extrapolarse a otros órdenes (la ciencia no puede verificar, porque no es su campo ni tiene el "instrumental", la existencia o no de Dios, o de la transustanciación o del amor o de la misericordia).

El cientifismo sólo admite, con exclusividad, aquello que la ciencia afirma y puede lograr; la diosa Razón de la Ilustración se emparenta con la ciencia como algo sagrado.

Son temas sobre los que hay que volver una y otra vez. Y aquí un discurso del Papa a la Pontificia Academia de las Ciencias puede forjarnos criterios sólidos.

 "La historia de la ciencia en el siglo XX está marcada por indudables conquistas y grandes progresos. Lamentablemente, por otro lado, la imagen popular de la ciencia del siglo XX a veces se caracteriza por dos elementos extremos. Por una parte, algunos consideran la ciencia como una panacea, demostrada por sus importantes conquistas en el siglo pasado. En efecto, sus innumerables avances han sido tan determinantes y rápidos que, aparentemente, confirman la opinión según la cual la ciencia puede responder a todos los interrogantes relacionados con la existencia del hombre e incluso a sus más altas aspiraciones. Por otra, algunos temen la ciencia y se alejan de ella a causa de ciertos desarrollos que hacen reflexionar, como la construcción y el uso aterrador de armas nucleares.

Ciertamente, la ciencia no queda definida por ninguno de estos dos extremos. Su tarea era y es una investigación paciente pero apasionada de la verdad sobre el cosmos, sobre la naturaleza y sobre la constitución del ser humano. En esta investigación se cuentan numerosos éxitos y numerosos fracasos, triunfos y derrotas. Los avances de la ciencia han sido alentadores, como por ejemplo cuando se descubrieron la complejidad de la naturaleza y sus fenómenos, más allá de nuestras expectativas, pero también humillantes, como cuando quedó demostrado que algunas de las teorías que hubieran debido explicar esos fenómenos de una vez por todas resultaron sólo parciales. Esto no quita que también los resultados provisionales son una contribución real al descubrimiento de la correspondencia entre el intelecto y las realidades naturales, sobre las cuales las generaciones sucesivas podrán basarse para un desarrollo ulterior.

Los avances realizados en el conocimiento científico en el siglo XX, en todas sus diversas disciplinas, han llevado a una conciencia decididamente mayor del lugar que el hombre y este planeta ocupan en el universo. En todas las ciencias, el denominador común sigue siendo la noción de experimentación como método organizado para observar la naturaleza. El hombre ha realizado más progresos en el siglo pasado que en toda la historia precedente de la humanidad, aunque no siempre en el conocimiento de sí mismo y de Dios, pero sí ciertamente en el de los microcosmos y los macrocosmos. Queridos amigos, nuestro encuentro de hoy es una demostración de la estima de la Iglesia por la constante investigación científica y de su gratitud por el esfuerzo científico que alienta y del que se beneficia. En nuestros días, los propios científicos aprecian cada vez más la necesidad de estar abiertos a la filosofía para descubrir el fundamento lógico y epistemológico de su metodología y de sus conclusiones. La Iglesia, por su parte, está convencida de que la actividad científica se beneficia claramente del reconocimiento de la dimensión espiritual del hombre y de su búsqueda de respuestas definitivas, que permitan el reconocimiento de un mundo que existe independientemente de nosotros, que no comprendemos exhaustivamente y que sólo podemos comprender en la medida en que logramos aferrar su lógica intrínseca. Los científicos no crean el mundo. Aprenden cosas sobre él y tratan de imitarlo, siguiendo las leyes y la inteligibilidad que la naturaleza nos manifiesta. La experiencia del científico como ser humano es, por tanto, percibir una constante, una ley, un logos que él no ha creado, sino que ha observado: en efecto, nos lleva a admitir la existencia de una Razón omnipotente, que es diferente respecto a la del hombre y que sostiene el mundo. Este es el punto de encuentro entre las ciencias naturales y la religión. Por consiguiente, la ciencia se convierte en un lugar de diálogo, un encuentro entre el hombre y la naturaleza y, potencialmente, también entre el hombre y su Creador.

Mientras miramos al siglo XXI, quiero proponeros dos pensamientos sobre los cuales reflexionar más en profundidad. En primer lugar, mientras los logros cada vez más numerosos de las ciencias aumentan nuestra maravilla frente a la complejidad de la naturaleza, se percibe cada vez más la necesidad de un enfoque interdisciplinario vinculado a una reflexión filosófica que lleve a una síntesis. En segundo lugar, en este nuevo siglo, los logros científicos deberían estar siempre inspirados en imperativos de fraternidad y de paz, contribuyendo a resolver los grandes problemas de la humanidad, y orientando los esfuerzos de cada uno hacia el auténtico bien del hombre y el desarrollo integral de los pueblos del mundo. El fruto positivo de la ciencia del siglo XXI seguramente dependerá, en gran medida, de la capacidad del científico de buscar la verdad y de aplicar los descubrimientos de un modo que se busque al mismo tiempo lo que es justo y bueno.
Con estos sentimientos, os invito a dirigir vuestra mirada hacia Cristo, la Sabiduría increada, y a reconocer su rostro, el Logos del Creador de todas las cosas" (Benedicto XVI, 28-octubre-2010).


4 comentarios:

  1. Porque Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo (Fides et Ratio, joya del Magisterio), la ciencia no puede eliminar el misterio de la vida humana, pero sí puede acercarse cada vez más a él en una búsqueda continua, mientras que la fe, al dar horizonte de sentido a la actividad científica, se purifica a sí misma librándose de la hojarasca.

    Los conflictos agudos entre fe y ciencia han sido producto, en buena medida y en mayor o menor proporción, al cientificismo (filosofía-ideología) y al fundamentalismo o fanatismo (fideísmo), pero el problema de la relación de fe y ciencia se exacerba estérilmente. Es importante cambiar la perspectiva, y mirar ante todo la relación de fe y ciencia dentro de una necesaria unicidad del saber.

    La clave para evitar los conflictos y establecer entre ellas una relación mutuamente fecunda está en deslindar bien sus respectivos ámbitos. No es competencia de la fe dirimir problemas relativos al conocimiento de la realidad empírica y no es competencia de las ciencias proporcionarnos una visión global y última de lo real ni, menos aún, desvelarnos su sentido y ofrecernos la salvación.

    En oración ¡Qué Dios les bendiga!


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  2. Javier de Valencia19 enero, 2013 17:13

    La búsqueda científica puede comenzar con muy buenas intenciones pero siempre ocurre algo que nos cuestiona lugares o posiciones apriorísticas, la verdad derriba murallas y no son pocos los que prefieren vivir mentira y alterar (sin justicia ni bondad) los resultados científicos creyéndose arquitectos de la realidad y no descubridores de la creación. La inquietud del que busca debe permitirle asombrarse. El descubrimiento del misterio puede pretender que el científico quiera abarcarlo, repetirlo, experimentarlo, hallar sus reglas y normas, pero el espíritu de dominio entorpece la razón cuando el territorio a explorar es el encuentro con la sabiduría, con Dios mismo. El conocimiento científico se desarrolla subiendo a la montaña por sendas desconocidas pero confiados en lograr alcanzar la cumbre, el fruto es de alguna forma la oración.

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  3. La ciencia está limitada por varios aspectos, el primero es que nunca podrá describir ningún principio universal en su totalidad. Puede acercarse o modelarlo dentro de los límites de la percepción humana o de la percepción ampliada de las máquinas que desarrolla.

    Otra limitación es que no puede dar razones finales de nada, ya que sólo define causas y efectos y su relación, dentro de los límites antes indicados.

    Es una herramienta que sirve al ser humano, por lo que puede ser utilizada bien o más, según nuestros deseos y nuestra ignorancia. Pero, para quien tiene fe, la ciencia le permite ver a Dios en todo lo que nos rodea.

    Un abrazo D. Javier, que Dios le bendiga y le permita un descanso de vez en cuando :D

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  4. Intuyo que la ciencia, como cosa humana es finita y me da por pensar que el límite de la ciencia está en su finitud y en el AMOR. Cuando uno se aleja del AMOR, se aleja de lo humano. Me da por pensar que la ciencia no es una excepción.
    Muchas gracias por todo, Padre.
    Sigo rezando. Abrazos en CRISTO.

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