sábado, 27 de octubre de 2012

La fe compromete toda la vida

Compromete toda la vida en su duración, pero también compromete toda la vida en el sentido de todas las dimensiones de lo que somos, en lo que hacemos, vivimos, sentimos, trabajamos. La fe tiene que ver con todo. Ningún compartimento estanco, ni cerrado en exclusiva, sino que la fe dinamiza, eleva, ilumina, a toda la persona en sus diferentes ámbitos.


¿Acaso se puede poner la fe entre paréntesis o entre corchetes, y ser cristiano para unas cosas sí y para otras no, para unos temas pensar en cristiano y para otros no? ¿Tal y tan grande sería la división en el ser personal? La secularización que es una forma cultural que lo arrasa todo, ha relegado la fe a lo privado, a lo íntimo, a lo afectivo, sin que pueda tener ninguna resonancia ni espacio públicos; lo más que se tolera son las manifestaciones arraigadas en la cultura popular que se viven -y se van deformando- como tradicionales populares que poco tienen que ver con la fe.

Una fe débil se debilitará aún más, y si toma en consideración el discurso secularizador, reservará la fe a la esfera del sentimiento y de las "creencias", así tan en general, y optará por un lenguaje y unos comportamientos secularizados: los valores, la ética común, el sincretismo (una amalgama y mezcla de religiones), etc. etc. La fe se sustituirá por la ética y el moralismo, y Cristo desplazado por los "valores" y el demagógico y cansino discurso de la "justicia social". Sobran ejemplos.

Pero hemos de volver al centro y raíz, a la comprensión global de la fe. Y ésta se revela como un dinamismo que abraza y transforma toda la vida y a toda la persona por completo.

"Para nuestro fin práctico de este coloquio semanal pueden reducirse [las consideraciones sobre el martirio de los apóstoles] a una sencilla pero importante observación: la fe implica un peligro, un riesgo tal vez un atentado contra la propia tranquilidad e incolumidad.

El riesgo de la fe ante las corrientes ideológicas


He aquí otro aspecto que hace difícil la fe, y hoy, resueltos tácita e íntimamente como estamos, a no querer incomodidades ni afrontar molestas y perjuicios por causa de nuestras ideas, la dificultad se agrava más. Raramente estamos dispuestos a luchar por principios no vinculados a intereses inmediatos; rara vez exponemos nuestra persona al juicio ajeno, y mucho menos a los vejámenes ajenos; nos agrada pensar por nuestra cuenta lo que no halla críticas y peligros, y en la vida social nos agrada fácilmente adherirnos sin esfuerzo a la opinión pública o nos resulta cómodo dar la razón al más fuerte, aunque no sea el más razonable; fácilmente nos hacemos gregarios y conformistas, y en materia de religión nunca quisiéramos que nos produjese molestias; antes desearíamos con frecuencia una religión que nos pusiese al amparo de todo mal en esta vida y en la futura.

En ese caso la Iglesia, órgano de la religión, debería concebirse como un sistema de seguros espirituales y más todavía, si fuese posible, de algún provecho temporal. Y muy a menudo deseamos sintonizar con los demás; hoy nos acomodamos con facilidad a un "pensamiento masivo".

Esta tendencia a la adhesión a un pensamiento comunitario puede ser muy buena y muy nociva, según que tal pensamiento sea o no conforme a la verdad; y en este punto la reflexión crítica o la dirección de un sapiente magisterio puede ser de mucha importancia. Pero ordinariamente llamamos "respeto humano" a la tendencia a evitar el esfuerzo de tener un pensamiento personal que defender y a eludir la responsabilidad y afirmación de las convicciones y acciones propias; y esto es una debilidad, a veces una hipocresía y otras vileza.

La fe, verdadero pensamiento

Por lo que nos atañe, es necesario restablecer, hijos carísimos, una convicción primordial: la fe es una forma de pensamiento que debe ocupar profundamente nuestra mentalidad, nuestra psicología, nuestra personalidad. Ser creyente significa algo muy serio, algo verdaderamente nuestro, íntimo, personal, decisivo. Desde el día en que nuestra vida encontró a Cristo (ya el día de nuestro bautismo o de nuestra conversión) se incorporó a Él; tiene una sola fisonomía, una sola ley dominante; ser cristiana, pese a la decadencia, pese a la traición no sólo con Cristo, sino también con nosotros mismos, con nuestra conciencia, con nuestra vida.

Esto lo comprendieron las generaciones verdaderamente cristianas. ¿Cuál es el supremo valor de la vida para no decir al mismo tiempo el supremo deber? Es adherirse a Dios, mediante Cristo, que es la vida no sólo en Sí mismo, sino también para nosotros. Adherirse a Dios, a la vida verdadera es, desde ahora, la cuestión primordial para nosotros; por eso, la fe debe valer para nosotros, en caso de afrontamiento o conflicto, más que la propia vida. La balanza de los valores nos demuestra que la fe pesa más que nuestra existencia mortal. Tremenda y estupenda verdad, y ésta es la primera. ¿Vale la pena vivir si no tenemos razones superiores para vivir?

Confianza en Cristo

La segunda aumenta nuestra posición dramática de creyentes: hay que profesar la fe. En debida forma, se entiende, la cual no excluye, antes exige moderación, tacto y prudencia. Pero está el hecho de que la fe interna debe hacerse externa en determinadas circunstancias y maneras: por el honor de la misma fe, es decir, de Cristo y de Dios; por la coherencia y vigor de la personalidad del creyente y por el testimonio a los hermanos y al mundo.

Por eso decíamos que la fe es difícil, pero añadamos al punto que es difícil para los débiles y tímidos; la fe exige fuerza de alma, grandeza de espíritu; incluso la otorga a quien se ejercita en su sencilla y noble profesión. Y terminemos recordando que ese Cristo, que desea a sus seguidores tan fuertes y militantes, es el mismo que da la gracia de serlo magníficamente, cuando es necesario.

La historia de los mártires de ayer y de hoy lo confirma. Reflexionad, hijos carísimos, en ello y tened confianza. Os diremos con el señor: Nolite timere, ¡no temáis! (Mt 10,28), no tengáis miedo".

(Pablo VI, Audiencia general, 28-junio-1967).

8 comentarios:

  1. Muchas gracias, Padre por esta nueva entrada. Como de costumbre da mucho que pensar. Es algo para cuestionarse cada día. Dar el si, quiero, y dejarse llevar por CRISTO. CRISTO se encarga de todo.

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    1. Siempre el Magisterio de Pablo VI es muy rico. Hasta su manera de escribir, literiamente muy elaborada, permite lecturas una y otra vez, y en todas ellas descubrir nuevos matices.

      Nos ofrece Pablo VI una reflexión muy honda... especialmente sobre el testimonio de la fe, la coherencia de la fe, para no dejarse arrastrar.

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  2. Don Javier: Qué razón tiene cuando interpela, en materia de fe, si somos cristianos para unas cosas si y para otras no.
    Necesitamos fortalecer nuestra fe que, en la mayoría de los casos, es débil.
    Cuando las cosas vienen mal dadas o en situaciones comprometidas, nos bamboleamos como un péndulo.
    Pídamos a Dios que nos dé las energías necesarias para fortalecer nuestra fe.
    Un fuerte abrazo.

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    1. Mateo:

      La fe, en la parte humana que nos toca, se fortalece con un conocimiento razonable y sólido de la doctrina católica y se fortalece con la vida de oración y la vida litúrgica. Lo demás serán fuegos artificiales, bonitos, pero duran poco; ruidosos en un momento, pero vuelve todo al silencio en poco tiempo.

      ¡Firmes en la fe! ¡Vamos a por ello!


      Un grandísimo abrazo, como siempre, amigo mío!!!

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  3. Solo vacíos de nosotros mismos la FE interior puede desbordarnos de tal modo, que sin proponernoslo, evangelicemos. Solo así la FE impregnará cada uno de nuestros actos, cada una de nuestras decisiones, cada uno de los instantes de nuestra vida. Me pregunto si podré conseguirlo alguna vez.
    DIOS les bendiga.

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    1. Le respondo con algo que alguien muy querido decía ayer:

      Se trata de que somos humanos, demasiado humanos, y lo que hace falta es ser más divinos, divinizarnos...

      Un abrazo

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  4. “Todo el que escucha mis palabras y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca”. Escuchar es oír con atención y buena disposición; mente (razón) y corazón (decisión) en sincronía con el oído, para que las ondas que transportan el sonido tengan resonancia en nuestro interior. Así las palabras serán significativas y, al fiarnos de sus palabras, escuchar implicará necesariamente la acción; es decir, hacer realidad lo que oímos con nuestros oídos, tiene eco en nosotros y cambia nuestra vida en todas sus dimensiones: nuestra Fe

    En oración ¡qué Dios les bendiga!

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    1. Con la venia, señora letrada:

      No tengo nada más que añadir a sus palabras. Queda visto para sentencia (en el juicio final).

      Se levanta la sesión.

      Y ya en los pasillos, le doy un abrazo y un saludo a los miembros de La Colmena jurídica.

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