martes, 28 de junio de 2011

La humildad en san Agustín

Cristo no sólo aportó a los hombres la fuerza de practicar la humildad, sino que les trajo su mismo concepto. Cristo es, para San Agustín, el maestro de la humildad, el doctor de la humildad.


    Escribe este Padre:

"Nuestro Señor Jesucristo se dignó humillarse hasta una muerte de cruz para enseñar el camino de la humildad" (Contra Ep. Parmeniani 3,2,5).

    "Fue crucificado por ti para enseñarte la humildad" (Trat. in Ioh. 2,4).

    La humildad es reconocimiento de la propia realidad humana y propósito de realizar plenamente, con adhesión de corazón, la voluntad de Dios, sencillo espíritu de infancia (cf. Serm. 353), tónica de vida espiritual, fundamento de todas las virtudes que sin ella llevarían a soberbia, orgullo y vanidad de ver lo bueno que somos, lo mucho que avanzamos, las penitencias y trabajos que realizamos, adorándonos a nosotros mismos, proyectando nuestra soberbia satisfacción personal sobre aquellos que no haya llegado adonde nosotros suponemos haber llegado. Nada más importante que la humildad, nada más necesario. Todo el pensamiento moral de este Padre, Maestro de Humildad, está entretejido por la humildad e inculca a todos la humildad. ¡Cuánto más a las vírgenes consagradas! ¡Con qué fuerza para aquellas que adoran en silencio a Cristo, escondido en el Sacramento! ¡Estamos en frase de Juan Pablo II, ante los “preciosos y humildes sacramentos”!

   
Resuena la voz del Señor invitando a mayor humildad, humildad verdadera, "porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido". En nuestra ayuda, la contemplación del Misterio Humilde de la humilde Encarnación:

    Tomando la naturaleza humana de la misma naturaleza  humana, se hizo carne. Con el jumento de su carne se acercó al que yacía herido en el camino para dar forma y nutrir con el sacramento de su encarnación nuestra pequeña fe, para purificar el entendimiento para que vea lo que nunca perdió a través de aquello que asumió. Efectivamente, comenzó a ser hombre, no dejó de ser Dios. Esto es, pues, lo que se proclama de nuestro Señor Jesucristo en cuanto mediador, en cuanto cabeza de la Iglesia: que Dios es hombre y el hombre es Dios, puesto que dice Juan: Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (S. Agustín, Sermón 341,3).

Pensemos que en el pensamiento agustiniano, la humildad es un requisito para llegar a la Verdad y abrazar a Cristo:


Si quieres llegar a la verdad, no busques otro camino que el que trazó el mismo Dios, que conoce nuestra enfermedad. Ahora bien, el primero es la humildad, el segundo es la humildad, el tercero es la humildad, y cuantas veces me lo preguntases te respondería la misma cosa. No quiero decir que no haya otros mandamientos, sino que la humildad debe preceder, acompañar y seguir a todo lo bueno que hacemos... si no el orgullo nos lo arrebata todo (S. Agustín, Epist. 118,22).

        Sigamos, pues, los caminos que él nos mostró, sobre todo el de la humildad. Tal se hizo él para nosotros. Nos mostró el camino de la humildad con sus preceptos y lo recorrió él mismo padeciendo por nosotros. No hubiera sufrido si no se hubiera humillado. ¿Quién sería capaz de dar muerte a Dios si él no se hubiese rebajado? Cristo es, en efecto, Hijo de Dios, y el Hijo de Dios es ciertamente Dios. Él mismo es el Hijo de Dios, el Verbo de Dios, de quien dice San Juan: En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios y el Verbo era Dios. Él estaba al principio junto a Dios. Por él fueron hechas todas las cosas y sin él no se hizo nada. ¿Quién daría muerte a aquel por quien todo fue hecho y sin el cual nada se hizo?  ¿Quién sería capaz de entregarle a la muerte si él mismo no se hubiese humillado? Pero ¿cómo fue esa humillación? Lo dice el mismo Juan: El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. El Verbo de Dios no podría ser entregado a la muerte. Para que pudiera morir por nosotros lo que no podía morir, el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. El inmortal asumió la mortalidad para morir por nosotros, para con su muerte dar muerte a la nuestra. Esto hizo Dios; esto nos concedió. El grande se humilló; después de humillado se le dio muerte; muerto, resucitó y fue exaltado, para no abandonarnos muertos en el infierno, sino para exaltarnos consigo en la resurrección final a quienes exaltó ahora mediante la fe y la confesión de los justos. Nos dejó la senda de la humildad.” (S. Agustín, Sermón 23 A,3-4).
¡Qué preciosa es la doctrina agustiniana!

A juicio de Agustín, la humildad es inseparable de la caridad (“ubi humilitas ibi caritas”, In ep. Io. Prol.) y es su fundamento (Serm. 69,1), la senda que a ella conduce (Ep. 118,22), su morada (De virg. 51,52). La humildad distingue  la ciudad de Dios de la ciudad del mundo (De civ. Dei praef.; 14,13,2; 14,28). Expone su naturaleza, sus raíces y sus frutos: la primera consiste en reconocer lo que somos (Ep. 137,4); sus raíces son tres esencialmente: una metafísica, que es la creación, por la que hemos de atribuirnos sólo las limitaciones, y, por tanto, el error y el pecado (In Io. 5,1: “Como el que habla con mentira habla de lo que es suyo, así el que habla con verdad habla de lo que le viene de Dios... el hombre no puede ser veraz por sí si no le viene de Dios”); la segunda, teológica; es la gratuidad de la gracia, por la que nuestros méritos son dones de Dios (Ep. 186,10), que nos perdona también los pecados que no hemos cometido (Serm. 99,6); la tercera, cris-tológica; es el ejemplo y las enseñanzas de Cristo, que trajo esta virtud al mundo (Enar. 31,18); sus frutos, que son muchos, se pueden resumir en tres: fortaleza (Enar. 92,3), victoria (Serm. 163,9), grandeza: “ubi humilitas ibi maiestas” (Serm 160,4).

La humildad ha de vencer la soberbia, que fue el motor de la acción pecaminosa por la cual el hombre se apartó del amor de Dios, se amó a sí mismo hasta el desprecio de Dios.

Entendemos mejor cómo viene el contraste entre Dios y el hombre: «Tú, siendo hombre, quisiste hacerte Dios para perecer; Él, siendo Dios, quiso hacerse hombre para buscar lo que había perecido» (Serm. 188,3). Era un apetito desordenado de divinidad, un afán de omnipotencia y dominación (Ep. 137,12). Todo pecador, de suyo, incluye esta ambición y repite en sus obras en el fondo del corazón: «Dejando a Dios, quise ser como Dios» (Enar. 24,2). Es decir, endiosarme, ser feliz, libre de todo, saboreándome en la libertad e independencia de mi persona. De aquí se concluye la importancia que tiene la humildad en la espiritualidad cristiana, hasta identificarla con la perfección: “Ipsa est perfectio nostra humilitas” (Enar. 130,14). El humilde es el perfecto cristiano.

La humildad, finalmente, es relacionada con la pobreza de espíritu de las Bienaventuranzas y ofrece un criterio de discernimiento:
    El que es pobre de espíritu, es humilde; y Dios escucha los gemidos de los humildes y no desecha sus súplicas. La primera recomendación que hizo el Señor en el sermón de la montaña fue la humildad, es decir, la pobreza (Serm. 53 A,2).

    Sé pobre de espíritu. Quizá quieras saber de mí que significa ser pobre de espíritu. Nadie que se infla es pobre de espíritu; luego el humilde es el pobre de espíritu (Serm. 53,1).

11 comentarios:

  1. En un mundo inundado de soberbia, hablar de humildad suena extraño y fuera de lugar. La humildad es una virtud que nos saca del mundo y nos ayuda a caminar hacia el Reino.

    Pero que difícil es ser humilde y dejarse guiar por la voluntad de Dios. Que el Señor nos ayude a ello.

    Que el Señor les dé un día pleno. Seguimos en oración común. No se me olvidan las peticiones de Mento y D. Javier. :)

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  2. ¡Qué verdad tan grande! Para llegar a Cristo hay que ser muy, muy humilde. ¡Y que difícil se hace llegar a Él con la soberbia que nos inunda! Siempre en algún momento del día aflora la soberbia porque siempre nos acompaña.

    Feliz día para todos.

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  3. Una hermosa y profunda entrada.

    La humildad es la virtud del que se sabe perdido sin Cristo. Perdido sin su Gracia. Perdido sin su Amor.

    La virtud del niño que no se suelta de la mano de su Madre y Maestra, la Iglesia, para no perderse en las tinieblas.

    La humildad, con la obediencia, que brota de ella, es la virtud que más odia el demonio. Es la virtud que nos hace dóciles a la acción de la Gracia.

    Es la virtud que hace cantar al salmista: "Que no prevalezca el hombre" (Sal 20, 10) para que sea el Señor Quien prevalezca en bien nuestro.

    Es la virtud del mendigo, que se acerca al Señor y le pide, porque sabe que no tiene nada, ni quiere nada que no venga de Él.

    Que el Señor llene nuestras manos, mendigos de su Corazón desbordante de dones.

    Un abrazo y gracias d. Javier

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  4. Buenos días don Javier. Menuda vereda la humildad.Qué difícil hablar y leer de ella como cruz y madre pero muy profundo saber de él como hermano al hallarse arrodillado el amigo frente al sacramentado.Un abrazo.

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  5. Hoy mi compartir,es para pedir a Dios me conceda
    esta virtud tan amada por El.¡Desde lo más profundo de mi corazón,te pido Dios mio, me concedas un corazón pobre, un corazón humilde.
    La Santísima Virgen es nuestro modelo.
    ¡Gracias don Javier!
    Hoy en la Eucaristía he pedido por todos.
    Dios les bendiga.

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  6. Hay que pedir todos los dias a Dios y a Su ( y nuestra) Madre que nos ayuden a progresar en esta virtud ya que sin ella no podemos avanzar en el camino que nos lleva a El.
    Ayuda como nos dice D. Javier la contemplación del Misterio Humilde de la Encarnación , también la contemplación de la Creación " ¿que es el hombre para que te acuerdes de el ?...", la contemplación de Dios hecho hombre y crucificado para nuestra Salvación y que además se ha quedado con nosotros en el Santisimo Sacramento , arrodillarnos ( también tiene su importancia ) ante El y pedir su ayuda viene muy bien .
    Cuando el orgullo y la sobrebia " nos salen " podemos acudir a este blog en el que ya hay varios artículos sobre ello con los textos de San Agustin que es una maravilla releer .
    Gracias a los que rezais por todos nosotros ( que yo creo que sois todos ) yo no me olvido

    Un abrazo

    María M.

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  7. Y, si no somos humildes, los demás nos trabajarán con sus humillaciones, sus desprecios y menosprecios... hasta que sea Dios, y sólo Dios el que ensalce. Saber encajar esos menosprecios y esas humillaciones labran la humildad verdadera.

    ¡Quién la tuviera!

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  8. Por cierto amigos,

    hoy hemos superado las 175.000 visitas.

    el 23 de diciembre (2010) llegamos a 100.000

    el 11 de marzo a 125.000

    el 1 de mayo a 150.000

    y hoy, 28 de junio, 175.000.

    Sale a 12.500 visitas al mes. Gracias.

    Aunque creo que esto nos alegrará a todos pues todos vivís este blog como vuestro.

    ¿Haremos que crezca más? ¿Lo recomendaremos, por ejemplo, por email a nuestros contactos?

    ¡Ensanchemos siempre esta comunidad!

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  9. ¡Enhorabuena D.Javier por la cantidad de gente que pasa por aquí!, poco a poco va viendo la recompensa a su trabajo.
    Un saludo.
    Paloma

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  10. ¡Qué alegría don Javier!

    No me extraña nada porque este blog es como el buen espárrago de Navarra ¡cojo$%&udo!

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