jueves, 15 de julio de 2010

Conceptos claros: secularización y secularismo (II)

La secularización ha generado el secularismo, como una forma militante, virulenta en ocasiones, de imponer la secularización en todos los ámbitos de la vida, de la sociedad, del pensamiento.

“Esta secularización, que lleva consigo una creciente autonomía de lo profano, es un hecho relevante de nuestras civilizaciones occidentales. En esta situación es donde ha aparecido el secularismo como sistema ideológico. El secularismo no sólo justifica ese hecho, sino que lo toma como objetivo, como fuente y como norma del progreso humano; y llega hasta reivindicar una autonomía absoluta del hombre ante su propio destino. Se trata entonces, podríamos decir, de una ideología, de una concepción nueva del mundo sin apertura y que funciona exactamente como una nueva religión.


Esta forma de naturalismo es una visión de las cosas que excluye toda referencia a Dios y a la trascendencia, y por eso tiende a identificarse con el ateísmo y a aparecer como un enemigo mortal del cristianismo, que una conciencia cristiana no podría aceptar sin negarse a sí misma. ¡Tan cierto es, que el verdadero ateísmo se sitúa, por definición, en el plano de una inmanencia, cerrada sobre sí misma, del hombre y del mundo”!


Esto es muy claro. Pero los espíritus adheridos a la fe muestran más perplejidad ante la fortuna y los peligros de la secularización misma” (Pablo VI, Discurso al Secretariado para los no-creyentes, 18-marzo-1971).


Por tanto:


- creciente autonomía de lo profano
- autonomía absoluta del hombre, sin vínculo ni referencia a Dios

- se establece como una nueva religión a la que todo se sacrifica: ¡el progreso es el nuevo dios!

- se sitúa sólo en lo inmanente, en el mundo, en lo inmediato.

El secularismo, a pesar de su falsa apariencia de libertad, no tiene lugar para el catolicismo; es más, el secularismo es el reto y el desafío constante para los católicos. No podemos vivir de espaldas a estos desafíos tan agresivos, ni formar católicos como si nada pasase o incluso adaptándonos a ese medio ambiente secularista que se respira: clara identidad católica, solidez en los principios y en la doctrina, madura espiritualidad.


La secularización y el secularismo han creado confusiones que conviene aclarar.


“Si no es necesario recordar la legitimidad de una cierta autonomía de las realidades terrestres y de las sociedades mismas, que tienen sus leyes y sus valores propios, y consiguientemente se distinguen del reino de Dios, es preciso, sin embargo, rechazar sin equívocos dos confusiones ruinosas entre estos dos dominios.


La primera es desastrosa. Propone una versión secular del cristianismo, que engloba toda la fe cristiana en un humanismo en el que el término “divino”, si figura todavía, no es sino una manera de designar cualidades inmanentes del hombre. Se llegaría por ahí a vaciar el mensaje de Cristo de todo su alcance teocéntrico y a promover lo que no habría más remedio que llamar, sin preocuparse por la contradicción de los términos, un “ateísmo cristiano”. Cierta teología de la muerte de Dios no ha escapado, por desgracia, a este extraño absurdo.


Por el lado opuesto, algunos creyentes están tentados de negar toda posibilidad de filosofía humana, de solución humana a los problemas de este mundo, fuera de la fe de la Iglesia y de la aplicación de los principios cristianos. Llevando las cosas al extremo, ¿no sería eso negar la responsabilidad humana, que precisamente forma parte de la grandeza del hombre, creado a imagen de Dios, y rehusar toda colaboración sincera con los hombres de buena voluntad que no tienen nuestra fe? Semejante monolitismo confunde demasiado el reino de Dios y el mundo de aquí abajo.


Mantener la distinción entre ambos dominios no equivale a oponerlos excesivamente, como si las realidades temporales no tuvieran, al fin, relación ninguna con el reino de Dios, como si las obras de aquí abajo importasen poco a la fe que espera la salvación de Jesucristo. Esta incompatibilidad ha seducido a algunas almas nobles de los creyentes, porque parece salvaguardarse la trascendencia de Dios. En realidad, lleva con demasiada frecuencia a echarle fuera de la vida humana. La doctrina católica ha desconfiado siempre de ese exceso. Porque el Creador, el Redentor, el Santificador, ¿no son uno y el mismo Dios?” (Id.)


El diagnóstico es sumamente preciso.
Merece una descripción más detallada y seguir reflexionando.


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