domingo, 7 de marzo de 2010

Frutos del ayuno, alegría del domingo


Cristo, gobierno y guía de tus siervos, que, dirigiéndonos con suaves riendas, mansamente nos frenas y al amparo nos sujetas con tu ley ligera,

cuando Tú mismo, llevando el embarazoso peso del cuerpo, soportaste duras fatigas y, siendo el que mayor ejemplo diste, acaricias a tus siervos con indulgente mandato.


La hora nona hace rodar al sol que baja al horizonte; apenas ya pasadas las tres partes del día, resta la cuarta parte en la bóveda inclinada del cielo.


Tomado el manjar que nuestro corto deseo reclama, rompemos el sagrado ayuno y gozamos de las mesas copiosamente abastecidas, en las que pueda satisfacerse nuestro inclinado apetito.


Es tan grande la bondad del Maestro eterno, de tal forma nos atrae con su amigable insistencia el que condescendiente nos enseña, que la pequeña obediencia a él rendida sosiega nuestros miembros.


Añade también que nadie suciamente desfigure su cara con grosero aliño, sino que el brillo del rostro y el peinado de la cabeza adorne su belleza:


“Limpia tu cuerpo todo cuando ayunes –dijo- y que el color amarillento no tiña vuestro rostro, privado de su sonrosado color, ni se note la palidez en vuestra cara”.


Preferible es esconder con alegre modestia todo lo que hacemos en honor del Padre; Dios ve lo secreto y recompensa al que se oculta".

Prudencio, Himno para después del ayuno, vv. 1-31.

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