martes, 1 de septiembre de 2009

Santidad de lo cotidiano y madurez psicológica


La vuelta de las vacaciones nos lleva a lo cotidiano, a sumergirnos en la normalidad, en el ritmo del curso y del trabajo, de las obligaciones constantes, pequeñas, que sólo Dios que ve en lo escondido puede premiar.

¿Acaso la santidad son acciones deslumbradoras, fascinantes, reconocidas con aplausos por todos? Más bien, la santidad es la normalidad y perfección de lo cotidiano, lleno de amor Dios. El mejor propósito es empeñarse a fondo en vivir la santidad de lo cotidiano con naturalidad, sin excentricidades. Esto, cierto, requiere una cada vez mayor madurez psicológica, que hay que ir adquiriendo. Las palabras de Juan Pablo II, tal día como hoy, nos trazan un camino sencillo y exigente a la par:

“En el plano psicológico, la vuelta a la vida ordinaria no siempre es fácil, más aún, a veces implica algunas dificultades de adaptación a los compromisos diarios. Pero en la "cotidianidad" Dios nos llama a conseguir la madurez de la vida espiritual, que consiste precisamente en vivir de modo extraordinario las cosas ordinarias.

En efecto, la santidad se alcanza en el seguimiento de Cristo, no evadiéndose de la realidad y de sus pruebas, sino afrontándolas con la luz y la fuerza de su Espíritu. Todo esto tiene su más profunda comprensión en el misterio de la cruz, como subraya bien la liturgia de este domingo. Jesús invita a los creyentes a tomar cada día su cruz y a seguirlo (cf. Mt 16, 24), imitándolo hasta la entrega total a Dios y a los hermanos” (Juan Pablo II, Ángelus, 1-septiembre-2002).

Hoy en los telediarios nos bombardearán con lo de "depresión post-vacacional" y absurdos comentarios; se ha educado para vivir en lo extraordinario, en un sueño de diversión y fiesta, pero muy poco en el valor humano y social del trabajo (no meramente salarial), en disfrutar del ámbito cotidiano (familia y amigos), etc. La madurez cristiana, cuando uno se centra en Cristo y su Corazón, acoge con ilusión y esperanza un nuevo curso que empieza, lo afronta con deseos santos, sabe amar y ofrecerlo... y no conoce esa "depresión post-vacacional" de quien prefiere huir de su propia realidad.

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