domingo, 27 de septiembre de 2009

Caridad y Eucaristía


La fuente verdadera de la caridad es la Eucaristía. Recibir y vivir el amor de Cristo, hecho sacramento, colma el corazón e imprime un dinamismo de éxtasis, es decir, de salida de uno mismo para ir al encuentro del prójimo y amarlo y servirlo.

De la Eucaristía nace el amor. El amor de Cristo entregado en el sacrificio de la cruz -actualizado en la Santa Misa- pide la respuesta de amor, y este amor -caridad, en lenguaje cristiano- toma forma en las obras de amor, de misericordia, de entrega, de servicialidad, al prójimo, al hermano. Comienza así la caridad eucarística a transformar el mundo no desde los grandes discursos, ampulosos, sobre las estructuras de pecado y la injusticia del sistema, sino desde mi propia entrega que acreciente un poco más el bien y el amor en el mundo.

Quienes, además por vocación especial, se dedican a la caridad, sólo podrán realizar su difícil vocación o carisma apoyados en una sólida vida eucarística. Trabajar en Cáritas, ser miembro de algún voluntariado católico o vivir como religioso en algún Instituto dedicado a la caridad, exige una solidez eucarística, que da madurez personal y entrega sin límites, y que jamás se puede sustituir por el voluntarismo, o la opción errada de secularizar la caridad, sin referencia a Jesucristo.

Muchos santos de la caridad son santos de la Eucaristía. Benedicto XVI lo ha recordado en diversas ocasiones.

""Tomad, comed: este es mi cuerpo... Bebed de ella todos, porque esta es mi sangre" (Mt 26, 26-28). Las palabras de Jesús en el Cenáculo anticipan su muerte y manifiestan la conciencia con que la afrontó, transformándola en el don de sí, en el acto de amor que se entrega totalmente. En la Eucaristía, el Señor se entrega a nosotros con su cuerpo, su alma y su divinidad, y nosotros llegamos a ser una sola cosa con él y entre nosotros. Por eso, nuestra respuesta a su amor debe ser concreta, debe expresarse en una auténtica conversión al amor, en el perdón, en la acogida recíproca y en la atención a las necesidades de todos. Numerosas y múltiples son las formas del servicio que podemos prestar al prójimo en la vida diaria, con un poco de atención. Así, la Eucaristía se transforma en el manantial de la energía espiritual que renueva nuestra vida de cada día y renueva así también el mundo en el amor de Cristo.

Ejemplares testigos de este amor son los santos, que han sacado de la Eucaristía la fuerza de una caridad activa y, a menudo, heroica. Pienso ahora sobre todo en san Vicente de Paúl, cuya memoria litúrgica celebraremos pasado mañana. San Vicente de Paúl dijo: "¡Qué alegría servir a la persona de Jesucristo en sus miembros pobres!". Y lo hizo con toda su vida. Pienso también en la beata madre Teresa, fundadora de las Misioneras de la Caridad, que en los más pobres de entre los pobres amaba a Jesús, recibido y contemplado cada día en la Hostia consagrada. Antes y más que todos los santos, la caridad divina colmó el corazón de la Virgen María. Después de la Anunciación, impulsada por Aquel que llevaba en su seno, la Madre del Verbo encarnado fue de prisa a visitar y ayudar a su prima Isabel. Oremos para que todo cristiano, alimentándose del Cuerpo y de la Sangre del Señor, crezca cada vez más en el amor a Dios y en el servicio generoso a los hermanos" (Ángelus, 25-septiembre-2005).

1 comentario:

  1. Pedro Arroyo Gómez.27 septiembre, 2009 11:23

    En estos momentos nos estamos preparando para asistir a la Eucaristía dominical. Hoy tengo que pedirle a Dios ser como San Vicente o la Madre Teresa, generosos siempre con sus semejantes pero alimentados por el Cuerpo de Cristo, y no como nosotros que lo hacemos casi siempre por filantropía.
    Como dice D. Javier, tenemos que crecer en el amor y en el servicio generoso a los hermanos, alimentándonos del Cuerpo y la Sangre del Señor, así viviremos una fe completa.

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